Hacia una escuela en autocrítica
La principal misión de la escuela es transmitir la cultura, entendida ésta como el acopio de conocimientos, creencias, costumbres, procesos de significación y formas de estar en el mundo que sirven para dar sentido a la vida de sus miembros (Stenhouse, 1997). Esta actividad no puede ser neutral, porque debe apropiarse de criterios para seleccionar los contenidos que considera relevantes para nutrir esa matriz simbólica, ese constructo, que llamamos “cultura” (Colombres, 2004). En ese intento, las generaciones educadoras recientes debemos hacernos una sanadora autocrítica y fijarnos en lo que más hemos fallado. En este artículo planteo algunas de ellas -sin duda habrá otras- pero son las que hoy en día más me cuestionan y comparto con ustedes.
- Con la intención de darles la mejor escuela a los educandos les llevamos el televisor al aula, luego proyectores de láminas de acetato y fotografías, luego aparatos más avanzados que reproducían imágenes y sonidos. En las dos últimas décadas la escuela se vio invadida de computadoras de todo tamaño, celulares, cámaras y todo tipo de artilugio que va dictando la moda de la enseñanza. Al mismo tiempo, las escuelas y las familias se dejaban llevar por la necesidad de hacer que los estudiantes, desde los más tiernos años, accedan a otros idiomas -inglés preferentemente-, ser hábiles en deportes y también en el arte. Una escuela que no tenía ese perfil -como las de la ruralidad, por ejemplo- era considerada de baja calidad y degradada inmediatamente. El aula de clase se volvió casi antinatural. Hoy prima la imagen y el efecto tecnológico en las escuelas de las grandes ciudades y a nuestra niñez le resulta difícil diferenciar entre lo virtual, los artefactos y la naturaleza (Floridi, 2015). Esta distinción se ha difuminado a tal extremo, que en la actualidad muchos niños han adquirido una representación mental “on line” de lo que les rodea, pero nunca han tocado las plumas de una gallina, visto el tamaño de una vaca, cosechado y comido una hortaliza, o trepado a un árbol. Hoy sabemos que existen aprendizajes que son imposibles adquirir si no es alejándose de los artefactos tecnológicos (Sánchez-Rojo, 2021).
- Creo que, con buena intención, pero en ese vertiginoso camino, nos olvidamos que los niños necesitaban tiempo para vivir su infancia: jugar, inventar, correr riesgos y encantarse con la vida. Hoy vemos con alarma en niños, jóvenes -y hasta adultos- que algunas cualidades como la creatividad, el equilibrio emocional, la osadía, la seguridad en sí mismo, la fortaleza física y afectiva ha dependido en gran medida de cómo éstas quedaron registradas en la memoria, la inteligencia emocional y la cognición desde la más tierna infancia (Fuster, 2014). No comprendimos que los juguetes tecnológicos, el internet, el exceso de actividades, el mundo artificial que pusimos a sus pies, se tragaban lo primordial: el tiempo infantil de los niños. Y ello nos está cobrando un altísimo precio. Por ejemplo, esperábamos que en el siglo XXI la mayoría de los jóvenes fueran solidarios, emprendedores, les guste aprender, puedan pensar y reflexionar para decidir mejor. Lo que sí es cierto, -al menos así lo expone el Pew Research Center en un estudio aplicado a jóvenes entre 18 a 29 años en países desarrollados sobre cómo se sienten en su país-, es que muchos viven aislados, ansiosos, enojados, con inciertas expectativas de futuro, sin fortaleza para afrontar las adversidades, no tienen claro su proyecto de vida (Pew Research Center, 2023).
- Pensábamos que aprender uno o varios idiomas, practicar varios deportes o asistir a cursos de arte les resolvería la vida, se volverían más sociables. Lo que sí es cierto es que les creamos un pequeño mundo, en el que el otro es un extraño, en el que los docentes nos sentimos extranjeros. Por eso, hoy es raro ver a maestros que conozcan bastante bien a sus alumnos. Los docentes estamos a menudo escondidos, detrás de computadoras, sumergidos las profundidades del celular y ensimismados en cumplir el currículo. La UNESCO ha descrito bastante bien el panorama de los docentes (UNESCO, 2022). No nos parezca nada raro que, junto a otras causas, cada vez haya menos personas que quieran ser educadores. Porque entre extraños, entre indiferentes, dónde no hay la emoción ni vínculos, no es posible que acontezca la educación.
- En la escuela les hemos enseñado a resolver problemas matemáticos, a realizar experimentos de química y física y hasta programar modelos hipotéticos sobre la realidad, pero no les hemos enseñado a lidiar con sus miedos, sus contradicciones y fracasos. Les hemos enseñado de todo, menos a ser felices. Les hemos dicho cómo resolver todo, menos sus grandes conflictos existenciales. Los hemos preparado para acertar, los hemos entrenado para el éxito. Pero, la vida está llena de irresolubles, de cálculos inexactos, de resultados aproximados y de ensayos que nos arrojan frecuentes decepciones. Parecería que la sabiduría ha caído vencida a punta de golpes del producto, lo cuantificable, el rendimiento económico y la tecnología.
- Hoy estamos a dos o tres clics de información casi infinita. Pero, muy pocos saben qué hacer con ella. Rara vez usamos esa información para ser mejores o para expandir nuestra calidad de vida. Tenemos tanta información y muy escaso el sosiego. Floridi (2015) afirma que nos hemos convertido en “inforgs”, enorganismos interconectados con otras personas, pero también con artefactos tecnológicos caracterizados por poseer y conectar gran cantidad de información. La tecnología cada vez ejerce una profunda influencia en la forma en la que se conceptualiza, interpreta y transforma nuestro entorno. Cada vez con mayor fuerza somo “educados” como usuarios. Pegados a una portátil o un celular, nuestros hijos -nuestros alumnos-, nos ven como máquinas de trabajar. Y, muchos de nosotros a ellos, como máquinas de aprender. La escuela pareciera que ya no forma, solo informa. En el mejor de los casos, los jóvenes están bien informados, saben en qué mundo están, pero saben poco o casi nada del mundo que son.
- Según la OMS, ya en 2019, casi mil millones de personas –entre ellas un 14% de los adolescentes de todo el mundo– estaban afectadas por algún tipo de trastorno mental. Y la mayoría de los suicidios ocurrían antes de los 50 años de edad. En el primer año de pandemia, la depresión y la ansiedad aumentaron más de un 25% (OMS, 2023). Luego de un par de años, resulta más frecuente ver a niños en el psicólogo por trastornos emocionales y déficit de atención, a adolescentes por síndromes de pánico, agresividad y ansiedad. Cada vez son más los jóvenes que consumen drogas duras…pareciera que existe una nefasta relación entre la mala calidad de la educación y el repunte de la psiquiatría.
Estos son algunos de los aspectos que más me impresionan a la hora de hacer -de hacernos- una autocrítica a la escuela. Y, como expuse en las primeras líneas de este artículo, la escuela transmite la cultura, pero también aprende y en esa misión se corrige, se transforma, se sana, se libera y se ilusiona.
Trabajos citados
Colombres, A. (2004). América como civilización emergente. Buenos Aires: Sudamericana.
Floridi, L. (2015). The Onlife Manifesto. Being Human in a Hyperconnected Era. Cham: Springer Nature. Obtenido de http://library.oapen.org/handle/20.500.12657/28025
Fuster, J. (2014). Cerebro y Libertad. Barcelona: Ariel.
OMS (Organización Mudial para la Salud). (2023). https://www.who.int/es/. Obtenido de https://www.who.int/es/news/item/17-06-2022-who-highlights-urgent-need-to-transform-mental-health-and-mental-health-care
Pew Research Center. (2023). https://www.pewresearch.org. Obtenido de https://www.pewresearch.org/global/2023/03/08/how-young-adults-want-their-country-to-engage-with-the-world/
Sánchez-Rojo, A. M.-L. (2021). Educación y TIC: entre medios y fines. Una reflexión post-crítica. Educação y Sociedade. https://doi.org/10.1590/ES.239802
Stenhouse, L. (1997). Cultura y Educación. Sevilla: Morón.
UNESCO. (2022). Transformar la enseñanza desde dentro: tendencias actuales en la situación y el desarrollo del personal docente, Día Mundial de los Docentes 2022. París. https://unesdoc.unesco.org/ark:/48223/pf0000383002_spa