Comunidad Quinttos

Jardín de Infantes Rural, un ambiente posibilitador

¿Cómo enseñar y aprender en contextos desafiantes?

 Todas las escuelas se inscriben en un determinado contexto histórico, geográfico, social, político y cultural, los Jardines de infantes rurales son, seguramente, una de las instituciones escolares más desafiadas en su vida cotidiana debido a la diversidad de realidades propias del ambiente.

¿Cómo construir día a día nuestras prácticas docentes en un jardín de infantes rural si hemos salido preparadas para la zona urbana?

Fueron casi 20 años como directora y maestra en un jardín rural, pero mi procedencia era  urbana, alli se abrió para mí la experiencia más enriquecedora e interesante que había vivido.

El contexto rural me ayudó a enfrentar grandes desafíos, cada día resultó una sorpresa y si bien tenía experiencia, ese espacio, me atrapó el corazón y lejos de “achantarse…”

  • ¡EN EL CAMPO TE ACHATAS!- (Decían mis colegas).-

Sentía dentro mío que algo me fortalecía, mi confianza aumentaba junto a la sala multiedad con 19 niños y niñas que no sabían diferenciar entre letras y números.

Debo confesar me desesperó, aunque al poco tiempo, al ver a las familias acercarse, con respeto y generosidad, con entusiasmo y ganas de que sus hijos no repitan sus historias, algunas muy duras…. me dije a mi misma:

  • ¡Este desafío es importante para mí!

Y antes de cargarlos de información y datos, es preciso ahondar en pensar, sentir sus potencialidades, así como conocer sus debilidades y fortalezas.

Los niños son muy curiosos, su naturaleza es libre porque viven casi sin la mirada de un adulto, (por los temores propios de los niños de la ciudad), es lo verdadero.

Entonces, mi autodiálogo sostuvo:

  •  Tengo que conocer sus historias, sus preferencias, sus orígenes, su propia idiosincrasia.

Y así, sí, pude, y comprendí que para desarrollar seres libres, autónomos y creativos , en realidad creativos eran, pues eso es patrimonio de la infancia junto con la inventiva, más bien la idea era educar, no en función del tiempo, sino en función de las personas, su emocionalidad, vivencias, realidades en las que se desenvolvían, por el contacto directo con la naturaleza  que poseía cada uno de ellos, lo que me proporcionaba, una manera objetiva para tener todas las herramientas de aprendizaje.

Este contexto además me hizo darme cuenta, de que estos niños, en su mayoría, era la primera vez  y quizás la única oportunidad que podían tener hasta ese momento de acercarse profundamente a los valores de convivencia. Ellos no tenían, por las distancias, la oportunidad de ir “a la casa de un compañero o compañera.

Era entonces, un deber ético, que a partir de allí, modificó, con amor, todas mis prácticas pedagógicas y conceptos que hasta ahora consideraba como válidos.

Los maestros vivimos aferrados a creencias limitantes qué no podemos soltar, estamos continuamente eligiendo uno u otro traje de acuerdo a cómo tengo que mostrarme delante de…

Si yo no logro soltar esas creencias del que,  “siempre se hizo así”,”  no voy a cambiar yo la educación a esta altura de mi vida”, o “nosotros aprendimos de tanto machaque”; seguiré condenando a los niños y a mí misma/o a frustraciones y fracasos constantes. Y es en estos espacios donde vivimos supeditados a creencias y etiquetas de acuerdo al nivel social económico o de raza sin querer, por supuesto, condenamos a las frustraciones a nuestros alumnos porque estamos esperando de ellos, no procesos , sino un mismo resultado, repetitivo, reiterado. Cuántas veces, de acuerdo a ciertas etiquetas hemos proclamado veredictos condenatorios al fracaso a nuestros alumnos/as.?

¿Cómo podía yo enseñar algo que no hubiera aprehendido y vivenciado desde mi SER?

Nadie puede transmitir lo que no siente desde su corazón.

Mi inquietud personal por desarrollar acciones que me lleven a   alcanzar un nivel superador como profesional, me puso en una situación con innumerables desafíos, instalándose en un debate personal acerca de qué acciones debía habilitar para demostrarme y hacer ver  a los demás, que la educación PUEDE, HACE, CREA…

Como decía Graciela Frigerio; interrumpir las profecías del fracaso encarnada en los cuerpos frágiles de los niños de las comunidades más humildes.

Es ahí dónde empecé a cuestionarme el:

-¿por qué debía yo seguir a rajatabla los contenidos del diseño curricular?

Sin separarme de lo que debía enseñar pero mirándolo desde otra perspectiva me di cuenta y fue un golpe bajo, cuando descubrí que enseñar un contenido muy interesante para las zonas más urbanizadas podría ser desalentador y triste para estos niños y niñas, y por el contrario aumentaba,  aún más, en ellos, esa sensación de discriminacion y baja autoestima.

Comprendí, entonces, que no estaba siendo  para nada empática, porque estaba impidiendo ayudar en su desarrollo integral a los niños y , a su vez, el impacto en las familias.

¿Cómo organizar la propuesta desde una perspectiva innovadora, que nos haga posible ese salto de calidad educativa?

Debí re pensar cual seria el recorte de la realidad que podía abordar y la idea fue, hacer los recortes para acercarlos a su realidad , comprenderla, porque a fuerza de lo obvio no se ve.

Y desde allí partir, abriendo como abanicos de hermosas posibilidades.

Había que innovar, ya no me quedaban dudas.

Este re pensar, me dio la posibilidad de conocerme a mí misma, de valorarme , y ver claramente cuál era mi propósito de vida.

Eso me permitió descubrir mis talentos y dones, pero también el de los niños y niñas.

En esta búsqueda por comenzar a plantear las prácticas de enseñanza en los jardines rurales seguíamos utilizando imágenes que nos eran muy útiles para crecer y construir, siendo importante que cada maestro pudiese ir armando su propio diseño, observando y poniendo el corazón  según sea la realidad y las necesidades  de su comunidad, de su escuela y de su grupo de niños en particular de su comunidad, de su escuela .

«La clase-paseo fue para mí (escribe Freinet) el medio de salvación. En vez de dormitar frente a un texto de lectura, después de la clase de mediodía salíamos al campo que bordeaba la aldea… No examinábamos ya escolarmente a nuestro alrededor la flor o el insecto, la piedra o el río. Lo sentíamos con todo nuestro ser, no sólo objetivamente, sino con toda nuestra natural sensibilidad» (27)

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