¿Qué preguntamos cuando preguntamos?
“En la enseñanza se han olvidado de las preguntas, tanto el profesor como los estudiantes las han olvidado y, (...) todo conocimiento comienza por la pregunta, se inicia con la curiosidad. ¡Pero la curiosidad es una pregunta!” (Freire y Faundez, 2013, p.69)
¡Las buenas preguntas están en peligro de extinción! Si bien pareciera ser que hoy tenemos la respuestas a todo, ¿sabemos qué nos estamos preguntando? ¿cómo estamos preguntando? ¿Qué valor tiene la pregunta? ¿Quién y cómo se enseña a preguntar? ¿Hay alguien que nos enseñe a preguntar? ¿Qué lugar tiene la pregunta en la cotidianeidad? ¿Y en el aula?
En las infancias la pregunta vive a flor de piel: los signos de pregunta son los más utilizados y la capacidad de asombro y ganas de saber se alejan de una respuesta unívoca. Sin embargo, pareciera ser que con el paso del tiempo, la respuesta toma la rienda del camino y el signo de pregunta se queda sólo con el punto. ¿Será que la pregunta se pone en jaque a medida que uno crece? Pareciera que la persona adulta no pregunta, sino que es quien tiene la respuesta a todo. Pero, realmente, ¿lo saben todo?
¿Cómo sería un mundo sin preguntas? Imaginemos… Las personas se comunican a través de aseveraciones. La monotonía lidera discursos incipientes y el intercambio entre personas surge de los hechos que les acontecen sin intención de profundizar sobre ello y sin motivación de saber más y de inspirarse. La discreción y la información fáctica influencian el día a día porque nadie se pregunta acerca de lo que hace, de por qué y para qué lo hace ni de construir en conjunto con otro. La innovación no tiene lugar, porque nadie se pregunta qué cosas nuevas crear ni crea nuevas formas de hacer que las cosas pasen. Estaríamos alejándonos de lo que nos distingue como animales sociales y de la capacidad de transmitir información (concreta o abstracta). Si no nos preguntamos, si no generamos un interrogante sobre aquello que hacemos, creemos y decimos, entonces dejaríamos de ser seres humanos para parecernos más a robots programados que responden todos lo mismo. Es por ello que necesitamos de una sociedad que a cualquier edad se pregunte, una comunidad distinguida por la curiosidad y la reflexión.
Pero, ¿qué es una buena pregunta? Partiendo de que la pregunta es el motor del aprendizaje, porque abre a un mundo de posibilidades, de exploración, de prueba y error y de desafíos, una buena pregunta es aquella que posiciona al estudiante en un rol activo y es precursora de experiencias provocadoras de aprendizajes con sentido.
Ahora bien, ¿cómo generar buenas preguntas? En palabras de Furman, “hay que transformar las preguntas fácticas en ‘preguntas para pensar’ porque es una de las maneras de innovar en la práctica real”.
No significa erradicar las preguntas cerradas que se responder por sí o por no, o aquellas que se responden con hechos, como por ejemplo ¿en qué año las mujeres obtuvieron el derecho al voto? o ¿qué es la sustentabilidad? sino abrir el abanico de interrogantes, y profundizar en por qué votamos o qué podemos hacer con el planeta hoy, por ejemplo.
En este sentido, el alcance de la pregunta habilita o limita el involucramiento de las personas como también la promoción de espacios de reciprocidad, en los que se favorecen y potencian los procesos reflexivos y de comprensión. Es así que te pregunto: ¿Cuánto le dedicás a la planificación de las preguntas que guían a los grupos hacia el aprendizaje con sentido? ¿Aparecen como un evento aislado de la clase, de manera espontánea, o se generan con conciencia? ¿Qué lugar le das a las preguntas que surgen por parte de los estudiantes y cómo las transformas en oportunidades de aprendizaje?
A fin de cuentas, como docentes apostamos a que nuestros estudiantes aprendan, entiendan, valoren y disfruten del proceso. Que se nutran de capacidades que les permitan ser autónomos, responsables y protagonistas de sus propios proyectos de vida. Concientizando el acto de preguntar y dando lugar a la interrogante, alimentamos las ganas de aprender, promoviendo la cultura del pensamiento y utilizando la pregunta como una herramienta para el aprendizaje.
Esto me lleva a decir con convicción que, si bien las buenas preguntas están en peligro de extinción, estamos a tiempo de ponerlas en valor. No se trata de preguntar porque sí, sino de generar intercambios y así también silencios, espacios para pensar, pausas para poner en disyuntiva aquello que puede darse por sabido. Por medio del entusiasmo y del involucramiento, al fin y al cabo, tiene el poder de promover una sociedad -atravesada por las infancias hasta la adultez- cuyo deseo sea el de descubrir y conocer. Porque cuando incorporamos esta estrategia como una actitud frente al conocimiento, estamos alertas, atentos y nos asombramos con motivación.
¿Qué pasa si dejamos de imaginar y redoblamos la apuesta? Comenzaremos a escuchar las preguntas que cada estudiante se hace, priorizando sus intereses y ganas de saber, siendo esto una oportunidad de aprendizaje profundo. Para ellos y para nosotros.
A los descubrimientos los funda la pregunta. A la escuela y a la educación también. Y, en este sentido, las interrogantes resultan ser oportunidades de encuentro, de reflexión crítica y crecimiento, porque muchas preguntas tienen como potencial respuesta hacia nuevos desafíos, descubrimientos e innovación y porque “sabio no es aquel que sabe todo, sino aquel que mejor pregunta”[1].
¿Cómo y cuándo aprendiste a preguntar? ¿Para qué y por qué te preguntas? ¿Cuál fue la última pregunta que te hiciste?
[1] https://www.youtube.com/watch?v=QXFzD8EhsqM