Entre pormenores (y pormayores) de la evaluación

De la evaluación reducida, ajustada, a la evaluación ampliada y democrática

Los pormayores

¿Qué dimensiones debiéramos tener en cuenta a la hora de evaluar?

¿Es justo evaluar solamente al alumno?

¿Es justo evaluar solamente a los docentes?

¿Qué hay de la evaluación ascendente? ¿No existe?

¿Por qué los planteles docentes no logran realizar una pormenorizada evaluación institucional? ¿Es por falta de tiempo? ¿Es por el corrimiento de los roles institucionales de lo pedagógico hacia un modelo de gestión que hace foco en lo administrativo? ¿Es porque no se sabe o no se quiere ver?

¿Por qué se culpabiliza a la escuela y docentes, de los bajos rendimientos escolares con pruebas externas y estandarizadas de operativos realizados en otros países?

¿Qué responsabilidad tiene la formación de los profesorados? ¿Será que se produjo una brecha entre las distintas generaciones que van desde los Baby Boomers, pasando por los docentes de la generación X, siguiéndoles los Millenials, con nóveles docentes de la generación Z que comparten aulas con alumnos de la misma generación y más jóvenes aún, los Alfa, hasta llegar a los aún no encuadrados en la fecha de origen, pero que serán recibidos como los Beta…[1]?


[1] https://www.telemadrid.es/noticias/sociedad/Generaciones-segun-ano-de-nacimiento-0-2470252960–20220719111500.html

¿Qué hay de la autoevaluación docente como autoreflexión indispensable sobre la propia práctica? ¿Se aprende a autoevaluar? ¿Es necesario implementarla como parte de lo ético en el desempeño de la profesión?

Y en cuanto al presupuesto educativo y sus exigencias pedagógicas… ¿Se le puede exigir excelencia a un docente al que no se le brindan las condiciones mínimas y necesarias para que pueda desarrollar digna y efectivamente su tarea?

¿Por dónde cortamos el hilo y cuánto influye ese corte en la formación de nuestros alumnos? ¿Por qué evaluamos desde el reduccionismo, “desde lo chiquito” perdiendo de vista el concepto más amplio y significativo de la evaluación?

Los docentes sabemos que seremos evaluados de una u otra manera: Por nuestros superiores jerárquicos, por los funcionarios de los diferentes Ministerios de Educación, por las familias, por nuestros alumnos, y por nosotros mismos. ¿pero cómo lo estamos haciendo y cómo estamos permitiendo que la evaluación se realice? ¿Es justa o solamente está al servicio de las evidencias que se necesitan para establecer ciertas líneas de política educativa?

Si evaluar es el proceso por el cual podemos aprender… ¿qué estaríamos aprendiendo de una evaluación si esta no partiera de una relación coherente con el contenido enseñado, de la situacionalidad, ni del contexto escolar?

Muchas preguntas se abren, sobre todo cuando la mirada puesta sobre la evaluación es la de “rendir cuentas” Es necesario dar cuenta de lo que se hace, es necesario controlar la gestión, pero despojado de todo autoritarismo, nutriéndose de profesionalismo, asesoramiento y acompañamiento.  

Si prestamos atención a la evaluación del Desempeño Docente, notaremos que se encuentran aún vigentes protocolos de evaluación que datan de hace muchos años y que, tal vez por ese motivo, no reflejan el trabajo del docente, o del directivo a nivel institucional adecuado a los tiempos y contextos actuales y reales. Desde hace un tiempo se viene tratando de integrar, a manera complementaria, una  hoja de ruta o bitácora, u otras formas de autoevaluación como el portfolio, a título de autoevaluación y de mostración de lo trabajado, pero no siempre se lo toma de manera reflexiva y que invite a la conversación al respecto, sino que termina traduciéndose en muchos casos, como mero trámite, como una excusa de evaluación que queda guardada en un legajo sin generar una instancia de devolución posterior en base a un diálogo pedagógico con nuestros directivos, docentes, devolución circular entre pares, etc con la finalidad de mejorar la práctica, revalorizar lo trabajado, socializar aquello que produjo un impacto favorable. En este sentido, tampoco hay una evaluación institucional, o un seguimiento pormenorizado de la marcha real (con sus desvíos y reformulaciones) del Proyecto Escuela por más que se enseña en los cursos de ascenso todos los pasos e instrumentos para su construcción, implementación y seguimiento.

Mismas dudas se presentan en los concursos de ascenso, que son enmarcados dentro de la competitividad que exige el acceso a un cargo titular, pero alejados de una evaluación situada, en el ejercicio del rol, en contexto.

Muchos llegan a la meta…pero ¿cómo gestionan las escuelas una vez que su rol está legitimado por un concurso ganado? ¿Por qué no se evalúa en situación, mediante concursos por proyectos que den cuenta de su puesta de acción en tiempo y espacios institucionales?

Véase: “Todo comienza hoy”, película francesa dirigida por Bertrand Tavernier, de 1999, en la que el Director, el Sr Daniel Lefebvre debe acreditar su cargo como director de acuerdo con la gestión realizada. https://www.veoh.com/watch/v20553208B3jkX6W5

Y, en los cargos más altos, los de mayor implicancia en el sistema educativo, prácticamente no hay evaluación, coevaluación ni heteroevaluación.

A la hora de realizar una evaluación institucional, nuevamente aparecen situaciones que obstaculizan su realización. Supongamos que se realice una encuesta a los docentes suplentes de una institución X planteándoles si, en caso de titularizar elegirían la escuela en la cual se encuentran trabajando y contestan que NO la elegirían… ¿Qué tal si empezamos a preguntarnos por qué sí algunos docentes la eligieron y también por qué no? Sería interesante correr velos y acercarse más a la realidad. Hemos leído materiales excelentes sobre categorizaciones de lo que sería una buena escuela, pero… ¿Cómo sería nuestra buena escuela? ¿Cómo mejorarla? Si nos privamos de esta evaluación institucional, ¿cómo podríamos construir un Proyecto Escuela real, coherente, garante de mejora?

Todos los actores involucrados, tendríamos que contar con el derecho de evaluar al sistema educativo y a sus funcionarios porque somos parte de la escuela que debiera dar una oportunidad de formación ciudadana, evaluación que debiera ser en todos los sentidos: descendente, aquella que ascienda desde las bases y también la transversal, horizontalizada.

Estamos educando para la formación de estudiantes, para la formación de ciudadanos y para el cuidado y conservación de los valores democráticos de toda sociedad.

Es importante referenciar a la evaluación no solamente aquella que establecen los Diseños Curriculares para acreditar los saberes necesarios y requeridos para la promoción del alumno, sino también a la evaluación- realizada éticamente -del sistema educativo y de todos sus componentes

De los pormenores al posicionamiento ético de la evaluación

¿Pero qué es evaluar desde un posicionamiento ético hacia una ampliación en la mirada de la evaluación? Miguel Ángel Santos Guerra[1] inspira al respecto con los principios éticos de la evaluación apuntando:

Instalar la política de la evaluación ética y ampliada (la de todos, por todos y con todos y en sentido tanto ascendente, descendente y horizontal) en las escuelas es pensar en el beneficio de los alumnos como prioridad, pero también en el de los docentes. ¿Cómo enseñar el sentido de la evaluación si, como docentes, como sujetos educativos, no podemos hacerlo nosotros mismos?

La Evaluación ampliada debiera ser acordada, estratégicamente armada para que contemple aquello que es acertado y las cuestiones a mejorar teniendo en cuenta las culturas escolares y los valores democráticos sociales. La idea que debiera conservar su valía mayor es la de evitar que queden en el camino alumnos vulnerados por el propio sistema educativo que, en vez de ampararlos y brindarles oportunidades, los privaría de  su derecho a la educación.

Concluyendo con una sonrisa

Miguel Ángel Santos Guerra menciona en su libro “La estrategia del Caballo”[2]: –

“Sherlock Homes y el Dr. Watson se fueron a pasar unos días de campamento.

Tras una buena cena y una botella de vino se desearon buenas noches y se acostaron en sus respectivos sacos de dormir.

Horas más tarde Holmes se despertó y llamó con el codo a su fiel amigo:

– Watson mira al cielo y dime qué ves

– Veo millones de estrellas…

– Y eso, ¿qué te indica? – volvió a preguntar Holmes.

Watson pensó por un minuto y, decidido a impresionar a su amigo con sus dotes deductivas, contestó:

– Desde un punto de vista astronómico me indica que existen millones de galaxias y potencialmente por lo tanto billones de planetas.

– Astrológicamente hablando me indica que Saturno está en conjunción con Leo.

– Cronológicamente, deduzco que son aproximadamente las 3:15 de la madrugada

– Teológicamente puedo ver que Dios es Todopoderoso y que nosotros somos pequeños e insignificantes.

– Meteorológicamente intuyo que mañana tendremos un hermoso y soleado día.

Y a usted, ¿qué le indica, mi querido Sherlock?

Tras un corto silencio Holmes habló:

Watson, estás cada día más tonto… ¡Nos robaron la carpa!”

Que la evaluación reducida no nos haga perder la mirada sobre lo esencial. La medida de la evaluación no debiera acotarse en cuánto se sabe sino cómo y para qué nos sirve lo que aprendemos y, de esto último, de la significatividad de los saberes, todos somos responsables en la escuela y en la vida misma.


[1] SANTOS GUERRA, MIGUEL ÁNGEL. Evaluar es comprender. Magisterio del Río de la Plata. Buenos Aires. 2005

[2] SANTOS GUERRA, MIGUEL ÁNGEL. La estrategia del caballo y otras fábulas para trabajar en el aula. 2007.Homo Sapiens. Buenos Aires.

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