Tendencias globales y la profecía de Levy: entre la dispersión y la concentración real en la educación superior privada ecuatoriana
La paradoja de Daniel Levy en la educación superior privada ecuatoriana: dispersión geográfica vs. concentración de calidad.

Reflexiones desde la realidad nacional
En 2019, Daniel Levy, catedrático de la University of New York, plasmó en su análisis sobre la configuración global de la educación superior privada (ESP) una paradoja que hoy resuena con particular fuerza en los pasillos de las instituciones ecuatorianas. Su observación sobre la doble realidad: dispersión geográfica vs concentración efectiva; se presenta no solo como un diagnóstico iluminador, sino como una profecía que encuentra en Ecuador un laboratorio de verificación particularmente revelador.
La dispersión ecuatoriana: ¿democratización o fragmentación?
Ecuador ha seguido fielmente el patrón global identificado por Levy. La presencia de la ESP se ha extendido por todo el territorio nacional, desde los institutos tecnológicos de Quito hasta las universidades particulares de la costa, selva y sierra, creando esa sensación de omnipresencia que caracteriza la primera realidad de la paradoja. Las estadísticas del SENESCYT confirman esta dispersión: universidades particulares autofinanciadas, cofinanciadas, institutos superiores técnicos y tecnológicos privados que representan aproximadamente el 40% de la matrícula de las instituciones de educación superior (IES), configurando un ecosistema aparentemente diverso y descentralizado.
Sin embargo, la dispersión señalada esconde una concentración que va más allá de la consideración geográfica. La segunda realidad de la tesis de Levy se manifiesta en Ecuador no solo en términos de volumen de estudiantes, sino en algo más profundo y preocupante: la concentración de la calidad, los recursos y el reconocimiento. La revisión de rankings internacionales indica que las universidades privadas de élite [Universidad San Francisco de Quito (USFQ), Pontificia Universidad Católica del Ecuador (PUCE), Universidad de las Américas (UDLA), Universidad Espíritu Santo (UEES), Universidad Católica de Santiago de Guayaquil (UCSG), Universidad Politécnica Salesiana (UPS) y la Universidad Técnica Particular de Loja (UTPL)], concentran no solo los recursos económicos más sustanciales, sino también el prestigio, las acreditaciones internacionales y las conexiones con redes académicas globales. Las instituciones señaladas confirman la paradoja de Levy sobre la concentración de calidad en el sector privado ecuatoriano, siendo las únicas universidades particulares del país que logran algún posicionamiento en rankings internacionales prestigiosos.
El espejismo de la democratización
Como docentes y gestores educativos, enfrentamos diariamente las consecuencias de esta paradoja descarnada y lapidaria. La proliferación de instituciones privadas de tercer nivel parecía prometer una democratización del acceso a la educación superior. La realidad, no obstante, ha sido bastante más compleja. La dispersión geográfica de estas instituciones no se ha traducido necesariamente en una democratización real de la calidad educativa.
Los institutos tecnológicos particulares, por ejemplo, han llenado vacíos geográficos importantes, llevando educación superior a sectores donde las universidades públicas tenían poca presencia. Pero también es cierto que esta expansión ha venido acompañada de una heterogeneidad en la calidad que plantea interrogantes fundamentales sobre la verdadera equidad del sistema. Mientras algunas instituciones privadas alcanzan estándares internacionales validados en rankings, otras operan en los márgenes de la calidad mínima aceptable, y la acreditación próxima se transforma en un ejercicio de marcha nietzscheana sobre la cuerda floja.
La Acreditación como reveladora de desigualdades
El sistema de acreditación del CACES ha funcionado como una poderosa bola de cristal reveladora de esta heterogeneidad. Los procesos de evaluación externa han puesto en evidencia las profundas diferencias que existen entre instituciones que, nominalmente, pertenecen al mismo nivel educativo. El hecho de que el 100% de las universidades y escuelas politécnicas que deben estar acreditadas lo estén, como señala orgullosamente el CACES, esconde un tema solapado por el burocratismo: los estándares mínimos de acreditación no necesariamente garantizan calidad y homogeneidad de esta. El reciente episodio de cuestionamiento de profesionales de Medicina reprobados en Argentina así lo confirma.
La evaluación del más del centenar y medio de institutos superiores técnicos y tecnológicos particulares reprogramada por el CACES para el año próximo revela la magnitud del desafío. Tales instituciones privadas o cofinanciadas operan con recursos, infraestructuras y capacidades docentes extraordinariamente diversas. La acreditación, en este contexto, se convierte no solo en un mecanismo formal de aseguramiento de la calidad, sino en un ejercicio de revelación de las desigualdades estructurales del sistema. La acreditación de las instituciones públicas requiere un análisis por separado.
Las consecuencias de la concentración disfrazada
La concentración real de la ESP ecuatoriana se manifiesta en múltiples dimensiones que trascienden la matrícula. Primero, en la concentración de recursos: las instituciones privadas de élite destinan recursos significativos a investigación orientada a productos (proyectos financiados, artículos y patentes), infraestructura y desarrollo docente, mientras que muchas instituciones más pequeñas operan con presupuestos que apenas cubren los gastos operativos básicos.
Segundo, en la concentración del talento docente: los docentes con mayor formación y experiencia tienden a procurar movilizarse hacia las instituciones que pueden ofrecer mejores condiciones laborales y mayor prestigio profesional, lo que se traduce en mejor networking y visibilidad profesional. Muchas IES pasan meses sin cancelar honorarios y el porcentaje de docentes que simplemente prestan “servicios profesionales” es alto. En sincronía, los sistemas de captación de docentes se realiza solo el propósito de cubrir los cursos de la malla curricular, sin que logren relacionarse realmente con el ecosistema institucional, generalmente fragmentado por visiones gerenciales ultra verticales, mercantilistas y sin agilidad estratégica, que no siempre están en sintonía con los requerimientos y tendencias actuales. Las particularidades de lo anterior crea círculos virtuosos para algunas instituciones y viciosos para otras, haciendo más notoria la brecha.
Tercero, en la concentración de oportunidades para estudiantes: los graduados de instituciones privadas prestigiosas tienen acceso a redes profesionales, oportunidades de intercambio internacional y conexiones laborales que no están disponibles para estudiantes de instituciones menos favorecidas.
El dilema de la regulación y la reflexión crítica sobre el futuro
Para los gestores educativos, lo expresado plantea dilemas complejos. ¿Cómo equilibrar la necesidad de mantener estándares de calidad con el objetivo de democratizar el acceso? ¿Debe el Estado intervenir más activamente para reducir las desigualdades entre instituciones privadas, o debe permitir que el mercado regule estas diferencias?
De la experiencia ecuatoriana pareciera desprenderse que la regulación por sí sola es insuficiente. Los mecanismos de acreditación, aunque necesarios, no han logrado reducir significativamente las brechas de calidad entre instituciones. Más bien, han institucionalizado un sistema de categorización que puede perpetuar las desigualdades existentes. Convendría explorar en paralelo las lógicas institucionales y la interacción con la política de masificación desbordada del sistema.
La profecía de Levy nos obliga a repensar nuestras estrategias como educadores y gestores. La dispersión geográfica de la educación superior privada ha sido un logro innegable en términos de acceso. Sin embargo, la concentración real de recursos y calidad plantea desafíos que van al corazón de nuestra misión educativa.
Es fundamental reconocer que la ESP en Ecuador no es un fenómeno monolítico. Existe una tensión constante entre instituciones que operan como empresas y corporaciones educativas enfocadas en la rentabilidad y aquellas que mantienen un compromiso genuino con la excelencia académica y el servicio social ¿Es posible juntar ambas naturalezas? Creo que es posible. Mientras tanto, esta tensión se refleja en la heterogeneidad de la calidad y en las diferentes orientaciones institucionales.
Conclusión: navegando la paradoja
Como lo anticipó Daniel Levy, vivimos en una era de educación superior caracterizada por múltiples paradojas. En Ecuador, la expansión de la ESP ha sido tanto una historia de éxito como una fuente de nuevos desafíos. La dispersión geográfica y la territorialidad han democratizado el acceso, pero la concentración real de recursos y calidad ha creado nuevas formas de inequidad.
Para los docentes y gestores educativos, esto implica la necesidad de desarrollar estrategias más sofisticadas que vayan más allá de la simple regulación, en un escenario de país donde la reestructuración del Estado y la posibilidad de un proyecto Constituyente está ganando adeptos, obligando no solo a un cambio de modelo de país, sino también a reconsiderar la pertinencia de las instituciones que sustentan el sistema de educación superior, como ya se ha observado con Senescyt. Necesitamos adicionalmente mecanismos que promuevan la colaboración y coopetencia entre instituciones, que faciliten el intercambio de recursos y conocimientos, y que incentiven la mejora continua sin penalizar a las instituciones que atienden a poblaciones más vulnerables.
La profecía de Levy no era solo descriptiva; más allá de eso, era un llamado a la acción. En Ecuador, tenemos la oportunidad de aprender de las tendencias globales para construir un sistema de educación superior más equitativo y efectivo. Adicionalmente, la tesis de la pertinencia de la oferta daría para escribir un tratado por si sola. Todo esto requiere reconocer tanto las virtudes como las limitaciones de la ESP, y trabajar conscientemente para maximizar las primeras mientras mitigamos las segundas.
El futuro de la educación superior ecuatoriana dependerá de nuestra capacidad para navegar esta paradoja de manera inteligente y justa, asegurando que la dispersión geográfica de oportunidades educativas se traduzca en una verdadera democratización de la calidad y no simplemente en una proliferación de desigualdades disfrazadas de diversidad y masificación. Por supuesto, esto implica tener un norte definido y gerentes de alto nivel comprometidos con cambiar el sistema y no solo mantener el status quo. El agitar las aguas seguramente será para mejor.