Prohibir para enseñar: ¿Un retroceso en la era de la educación multimodal?

En el escenario educativo actual, cuando las fronteras entre lo presencial y lo digital se desdibujan cada vez más, surgen debates encendidos sobre el uso o la prohibición de herramientas digitales en el ámbito educativo. Aparece de esta manera, una creciente tendencia de limitar o incluso prohibir el trabajo con plataformas como YouTube en las escuelas genera múltiples interrogantes y pone en evidencia la necesidad urgente de repensar nuestras prácticas docentes. ¿Restringir el acceso a estas tecnologías contribuye realmente a una mejor educación? ¿O estamos renunciando, sin darnos cuenta, a nuestro rol como mediadores culturales en una sociedad cada vez más compleja y conectada?
Cabe destacar que, cuando hablamos de integrar tecnologías en la escuela, nos referimos específicamente a su uso como recurso didáctico y pedagógico, no como un fin en sí mismo ni como mero entretenimiento. Incorporar plataformas digitales en las prácticas de enseñanza implica planificar estrategias que potencien la construcción de conocimientos, promuevan el pensamiento crítico y habiliten nuevas formas de expresión y participación. La tecnología, en este sentido, se convierte en una herramienta que enriquece las experiencias de aprendizaje, siempre que su inclusión responda a propósitos educativos claros, esté mediada por la reflexión pedagógica y favorezca la formación integral de los estudiantes.
El docente como mediador cultural en tiempos digitales.
El avance de la tecnología y la masificación de los dispositivos digitales han transformado profundamente el rol docente y sus implicancias exigiendo una redefinición de su función, siendo capaz de guiar críticamente a los estudiantes en la construcción de saberes en entornos multimodales (que combinan lo digital y lo analógico) y dinámicos. Hoy, el docente debe asumirse como mediador cultural, capaz de guiar, seleccionar y problematizar los múltiples lenguajes y fuentes de información que circulan en la sociedad.
Prohibir el trabajo con plataformas (como por ejemplo YouTube) es, en cierto sentido, ignorar que los y las estudiantes ya habitan ese universo digital por fuera de la escuela. Implica por tanto creer que existe una distinción entre lo que sucede en el “mundo real” y en el “mundo virtual»; como problematiza Sebastián Bortnik en su libro “Guía para la crianza en un mundo digital» de la editorial Siglo Veintiuno.
Sin embargo, la función del docente-mediador no consiste en blindar a los estudiantes frente a los desafíos y riesgos del mundo digital, sino en acompañarlos para que desarrollen habilidades referidas a la alfabetización digital, aprendan a seleccionar información relevante y usen de manera crítica y creativa las herramientas tecnológicas. Negarles la posibilidad de trabajar con estas tecnologías es, en los hechos, renunciar a un componente esencial de la formación ciudadana contemporánea: la capacidad de interactuar responsablemente con los nuevos medios y de construir sentido en entornos complejos y diversos.
Educación multimodal: un imperativo de la contemporaneidad
Según diversos autores educativos contemporáneos, nos encontramos frente a un modelo de educación multimodal, el cuál implica reconocer que el aprendizaje no se produce exclusivamente a través del texto escrito o la palabra oral. Vivimos rodeados de imágenes, videos, sonidos, hipertextos, simulaciones y videojuegos; y por tanto aprendemos tanto leyendo un libro como viendo un video tutorial, participando en un foro o interactuando en diversos entornos digitales.
Prohibir el uso de las tecnologías en la escuela es desperdiciar la oportunidad de trabajar con una pluralidad de modos de representación, y de aprovechar el potencial motivador que estas plataformas pueden tener para los estudiantes. Sin embargo, esto no implica desconocer los desafíos que su incorporación plantea ni los riesgos que circulan en estos entornos: como la desinformación, la exposición a contenidos inapropiados, sino más bien asumir el compromiso de abordarlos pedagógicamente, formando usuarios críticos, responsables y reflexivos.
El desafío, claro está, no es incorporar tecnología por moda o simple novedad, sino hacerlo de manera crítica, reflexiva y pedagógicamente significativa. No se trata de reemplazar el libro por la pantalla, sino de ampliar el repertorio de recursos y lenguajes disponibles para enriquecer los procesos de enseñanza y aprendizaje.
Esto implica repensar el rol y por tanto de las prácticas docentes ya que la experiencia demuestra que negar el acceso a lo digital no elimina los riesgos; simplemente los traslada fuera de la escuela, donde los chicos y chicas quedan más expuestos y sin orientación.
Es por esto que, más que prohibir, necesitamos redefinir nuestras prácticas. Esto implica:
- Repensar la planificación para incluir propuestas que integren distintos lenguajes y soportes.
- Formular consignas que desafíen el pensamiento crítico, la creatividad y la colaboración.
- Generar instancias de reflexión sobre el uso ético, seguro y responsable de la tecnología.
- Convertir el aula en un espacio de exploración, ensayo y producción colectiva, donde el error y la búsqueda sean parte del proceso.
No se trata de “liberar” el uso de la tecnología sin reglas, sino de construir acuerdos y marcos de sentido que habiliten aprendizajes genuinos. El uso de tecnologías digitales en el aula, cuando está bien integrado, puede ser un potente motor de motivación. Las y los estudiantes encuentran en estos entornos posibilidades de expresarse, conectar con intereses personales, producir contenido, compartirlo y recibir retroalimentación sobre el trabajo que se realiza dentro del aula. La motivación no es un aspecto menor. Numerosos estudios demuestran que el involucramiento activo y el interés son condiciones indispensables para el aprendizaje profundo. ¿Por qué renunciar a ese potencial?
Conclusión: prohibir no educa, acompaña quien se involucra
En síntesis, la prohibición de herramientas digitales como YouTube en el ámbito escolar responde a una lógica defensiva, propia de un modelo educativo que ya no responde a las necesidades del presente. El desafío es mucho más ambicioso: implica formar docentes críticos, reflexivos y actualizados, capaces de mediar entre los saberes tradicionales y las demandas de la cultura digital.
La educación multimodal, el rol del docente como mediador cultural, la redefinición de las prácticas y el reconocimiento de la motivación como motor del aprendizaje deben estar en el centro del debate. Prohibir puede parecer efectivo, pero nunca será el camino para educar ciudadanos libres, críticos y creativos, capaces de habitar y transformar el mundo digital con inteligencia y responsabilidad.