Acreditar conocimiento o retroalimentar para aprender
Un debate en torno a la evaluación de los aprendizajes
En las últimas semanas ha sido ´trending topic´ el cambio educativo referido a la acreditación y promoción de los aprendizajes en la escuela secundaria. Esto ha llevado a que resurjan opiniones diversas, que son bienvenidas, para poder romper la cáscara y arribar a sentidos trasformadores.
Los cambios educativos, a los largo de la historia de la educación, son respuesta a problemáticas situadas en contextos socioculturales. Debemos advertir, que el surgimiento de la escuela ha tomado modelos institucionales que también han surgido en un momento socio histórico para dar respuesta a necesidades de la época. Podemos encontrar en expresiones de Foucault que el modelo fábrica con su ‘reproducción estandarizada y en masa’ o el modelo disciplinar tienen líneas que bordean el formato escuela.
El debate, en el presente, debería superar el ‘repetir o no repetir’ planteado cómo una consecuencia punitoria de lo ‘no estudiado’, de la ‘falta’; para posicionar al estudiante en su proceso de aprendizaje y poder dar cuenta de qué ha aprehendido, cómo lo ha aprendido y cómo lo utiliza para resolver situaciones cotidianas.
(…)“Un empresario que trabaja con la Universidad de Plymouth, dijo: Espero estudiantes que vengan muy motivados, con ganas de trabajar y con una muy buena base de habilidades puestas al día en términos tecnológicos, informáticos y de comunicación… …todas esas habilidades son de aplicación inmediata en las tareas que van a hacer en nuestra empresa. Después de esto, nosotros les entrenaremos en el conocimiento específico de una determinada tarea. Buscamos personas con mucha iniciativa propia.”(…) Wiggins (2015) [1]
En ese marco, fluctúan titulares que se suman al debate, tales como, post pandemia, índices de repitencia, deserción, perfiles de egresados e inserción en el mundo laboral lo que pondera, de acuerdo a lo antes expreso a las habilidades del siglo XXI como el entrenamiento necesario para resolver situaciones del cotidiano globalizado y competitivo.
Volviendo al foco, si hablamos de acreditar y promocionar estamos dentro del prisma de la evaluación y entonces, la pregunta de las preguntas sería ¿cómo sabemos que los estudiantes aprenden? ¿cómo saben los estudiantes que han aprendido? Lo que llevaría a tener un registro de la performance y pensar, en docentes y estudiantes, trabajando juntos en un plan de mejora continua sobre los procesos de enseñar y aprender. Entonces, si la evaluación tiene correspondencia intrínseca con cada etapa en el proceso de enseñanza y aprendizaje deberíamos posar la mirada y responder estas preguntas: ¿qué información arroja en el quehacer cotidiano del aula la interacción de los estudiantes con el aprendizaje? ¿cómo evaluamos? ¿con qué instrumentos? y dónde nos detenemos, por ejemplo, ¿en un examen? ; ¿la suma de resultados asertivos nos da la respuesta de ese saber? ¿cómo trabajo sobre los errores si no vamos a detenernos en la información que recibimos sobre cómo se está elaborando ese conocimiento? Si solo valoramos las respuestas correctas ¿cómo medimos el impacto del error para continuar aprendiendo? ¿cómo podemos construir estrategias para mejorar durante el camino?
El camino es aprender del error, validarlo y trabajar sobre los puntos que identificamos que debemos continuar puliendo. De esta manera, la evaluación se transforma en oportunidad para el aprendizaje y en esta escena, toma importancia la retroalimentación.
Llamamos retroalimentación, al componente esencial de la evaluación autentica que abre espacios de diálogo para conocer los modos de aprender de los estudiantes, sus experiencias y motivaciones.
Podemos tomar distintos recortes del desempeño de los estudiantes, que midan el impacto de la performance del estudiante: una actividad x, un trabajo práctico, una investigación, una propuesta evaluativa, etc…y sobre ese registro abrir un espacio en el que podemos implementar, por ejemplo, el recurso de la escalera de retroalimentación que en sus peldaños recorre el desempeño en el proceso y permiten reconocer en el desempeño: objetivos, criterios, estándares esperados, habilita la autoevaluación, es decir, entrena la metacognición y brinda información a los estudiantes sobre su aprendizaje visible haciendo visible aquello sobre lo que continuar trabajando para mejorar.
Desde este paradigma, el cambio será incluir una agenda de evaluación significativa que genere valoraciones del proceso, instalando el diálogo en las producciones de los estudiantes y estableciendo intervenciones que acompañen el proceso de aprender a aprender.
[1] Extracto de La evaluación auténtica: El uso de la evaluación para ayudar a los estudiantes a aprender RELIEVE. Revista Electrónica de Investigación y Evaluación Educativa, vol. 21, núm. 2, 2015, pp. 1-10 Universitat de València Valencia, España.