Del flechazo a la convivencia: crónica de un noviazgo entre tecnología y el equipo directivo

Hace unos años, los equipos directivos de los colegios comenzaron a coquetear con la tecnología. Al principio fue una mirada tímida, una curiosidad. Quizá una app para pasar lista, una hoja de cálculo compartida, alguna plataforma para enviar circulares. Nada serio. Solo estaban conociéndose.
Pero como en todo buen noviazgo, la chispa inicial se encendió rápido. Llegaron las promesas de eficacia, las charlas motivadoras sobre transformación digital, los cursos de formación que hablaban de entornos virtuales como si fueran paraísos. Y claro, muchos directivos se dejaron seducir. “Esto puede funcionar”, pensaron. Y así comenzó una historia de amor que, con el tiempo, se convirtió en una relación compleja, profunda… y no exenta de altibajos.
El enamoramiento. Todo es novedad, ilusión… y
muchas notificaciones
En la etapa del flechazo, el equipo directivo descubrió herramientas que prometían simplificar la vida escolar: sistemas de gestión académica, plataformas de comunicación con las familias, apps para la evaluación, pizarras interactivas, CRMs para la captación de alumnos… Todo brillaba. Todo era moderno. Todo parecía mágico.
Como en cualquier noviazgo joven, hubo emoción y un poco de ingenuidad. Se asumía que, si algo era “digital” o “inteligente”, era necesariamente bueno. Se apostó fuerte. Se firmaron contratos. Se invirtieron presupuestos. Se reorganizaron reuniones para adaptarse a lo online. Y cuando todo funcionaba, era fácil decir: “Estamos hechos el uno para el otro”.
Pero lo digital, como las relaciones humanas, no vive solo de primeras impresiones.
La convivencia. La realidad golpea con sus notificaciones constantes.
Pasada la fase de luna de miel, empezó lo complejo. La tecnología, que prometía ahorrar tiempo, empezó a exigir atención constante. Las plataformas dejaron de ser tan intuitivas, los docentes empezaron a quejarse de la saturación de herramientas, y los padres preguntaban por qué no les llegaban los correos (cuando el problema era que no abrían la app).
Fue entonces cuando el equipo directivo empezó a hacerse preguntas profundas.
¿Estamos realmente preparados para convivir con esta pareja tecnológica? ¿Nos entiende? ¿La entendemos nosotros?
Y surgieron los perfiles de dirección en plena relación digital:
- El Enamorado que lo prueba todo y se entusiasma más que el responsable TIC.
- El Tradicional en transición, que aún anota en su agenda de papel pero ya ha dejado de imprimir los correos.
- El Sobreviviente digital, que usa Drive como si fuera Word… y reza para que no
se borre nada.
- El Escéptico nostálgico, que aún cree que “antes, con menos pantallas, todo era más humano”.
- Y el Delegador digital, que no entiende nada, pero tiene a alguien que lo entiende todo.
Estos personajes conviven a menudo en el mismo colegio. Y el equipo directivo, como buen cónyuge digital, tiene que aprender a amar a todos sin volverse loco.
La primera crisis. “Esto no es lo que prometías ser”.
Como en toda pareja, aparece la primera discusión seria. Y muchas veces comienza con algo tan simple como que el WiFi decide no funcionar el día que hay jornada de puertas abiertas.
Los problemas se acumulan: plataformas no compatibles, contraseñas olvidadas, apps que nadie recuerda cómo usar, informes que desaparecen, y la omnipresente sobrecarga digital. Además, hay exigencias externas: informes para la Administración, nuevas normativas de protección de datos, presiones para digitalizar todo “porque lo dice Europa”.
Entonces, el equipo directivo se siente como en una terapia de pareja: “Esto iba a hacernos la vida más fácil… ¿y ahora resulta que nos complica más?”
El compromiso serio. O nos casamos… o lo dejamos.
Y ahí está la encrucijada: ¿seguimos como estamos, en convivencia inestable, o damos el paso y nos comprometemos de verdad?
Casarse con la tecnología no significa caer en la dependencia ni convertir el colegio en una startup, sino hacer una apuesta estratégica. Significa decir: “vamos a elegir bien nuestras herramientas, vamos a formar a las personas, vamos a integrar lo digital en nuestra cultura… y no solo en nuestra agenda”.
Este matrimonio exige liderazgo, formación y planificación. Porque no se trata de digitalizar por moda, sino por sentido común. Y eso requiere una visión compartida, tiempo para pensar y mucha escucha activa dentro del equipo.
Los suegros opinan. Y a veces complican la relación
Como en todo matrimonio, los “suegros” tienen mucho que decir. Algunos apoyan, otros cuestionan, todos influyen:
- La Administración educativa, que actúa como suegra controladora: impone, fiscaliza y cambia las reglas a mitad del juego.
- Las familias, que piden más comunicación… pero luego no leen los correos.
- El equipo docente, que va desde el entusiasmo hasta la resistencia activa.
- Los proveedores tecnológicos, que venden soluciones como si fueran pociones mágicas.
- Y los alumnos, tan intuitivos como exigentes: si algo no es fácil, no lo usarán.
Gestionar esta familia política requiere diplomacia, paciencia… y una brújula clara.
El matrimonio maduro. Con amor, sentido común… y buen WiFi.
Cuando el compromiso es firme, la convivencia mejora. El colegio funciona con más fluidez, la información se gestiona mejor, la toma de decisiones se apoya en datos reales y el tiempo se invierte donde más importa: en las personas.
Porque, al final, el liderazgo educativo sigue siendo un acto humano. Y por eso, aunque la tecnología es imprescindible, nunca debe ser la protagonista. El director no dirige plataformas: dirige personas, con personas, para personas.
¿Y si la tecnología nos está esperando en el altar?
Así que, querido lector, si sientes que esta historia te suena… probablemente estés en
medio del noviazgo. O quizá estés a punto de dar el gran paso.
La tecnología no es perfecta, pero puede ser una gran compañera. No sustituirá nunca a un buen líder, pero un líder que la entiende puede transformar su colegio.
La decisión está en tus manos: ¿seguir en una relación informal… o casarte con sentido
estratégico?
Porque, si lo haces bien, entonces sí podrás decir:
«Hasta que la obsolescencia nos separe.»