Ampliar la mirada: poner en valor la trayectoria cultural de nuestros estudiantes

Como docente y responsable de gestión educativa, tengo el privilegio de encontrarme, semestre a semestre, con nuevos grupos de estudiantes —nacionales y extranjeros— en las aulas donde ejerzo la docencia y la gestión académica. Cada grupo es una oportunidad única para revisar mi práctica, proponer nuevas metodologías, sostener políticas institucionales que prioricen al estudiante y tender puentes para el trabajo colaborativo.
Pero más allá de las propuestas pedagógicas, lo verdaderamente desafiante —y transformador— es, como sostiene Carola Mantel, dar lugar a una segunda mirada: pasar de una percepción automática a una comprensión más profunda y reflexiva.
Educar implica tomar decisiones conscientes sobre cómo posicionarnos ante la heterogeneidad del aula. ¿Qué tipo de docente soy frente a mis estudiantes? ¿Qué supuestos traigo conmigo? ¿Qué prácticas sostengo sin cuestionar? En contextos donde la diversidad no solo es social, sino también cultural, lingüística y tecnológica, es indispensable construir vínculos pedagógicos basados en el reconocimiento y el respeto.
En Argentina, donde la educación es un derecho social y un bien público garantizado por el Estado, nos enfrentamos al desafío de enseñar en aulas habitadas por múltiples trayectorias y realidades. Esta complejidad no es exclusiva de contextos de vulnerabilidad: en muchos espacios, tanto en nuestro país como en Europa, lo desafiante es la interculturalidad cotidiana. Lenguas, saberes, valores, marcos de referencia, concepciones sobre la educación: todo se manifiesta en una misma aula, el desafío es lograr que convivan y dialoguen
Por eso, celebro cada inicio de ciclo lectivo. Porque la educación no es estática ni homogénea. Es un acto continuo de apertura, de adaptación y de confianza en el otro. Ese otro que interpela, desafía y, a veces, nos obliga a reconocer nuestros propios prejuicios y limitaciones.
El paso de cada estudiante por una escuela o universidad debe dejar huella. Debe permitirle desplegar sus herramientas, potenciar sus capacidades, proyectarse como ciudadano y como profesional. Y es tarea del docente ofrecer ese espacio. No solo transmitiendo contenidos, sino formando desde la mirada transcultural, como propone Mantel: reconociendo la riqueza del otro y rechazando cualquier gesto —por más sutil— de desprecio, sesgo o indiferencia.
Esta mirada no puede sostenerse solo desde lo individual. Requiere políticas educativas firmes y un fortalecimiento institucional del rol docente. Porque quien acompaña la trayectoria académica y vital de estudiantes culturalmente diversos necesita formación continua, sensibilidad intercultural, compromiso pedagógico y reconocimiento profesional.
Celebro que mis estudiantes me desafíen. Que me obliguen a revisar mis certezas, a poner en duda mis respuestas automáticas y a ejercitar, cada día, esa segunda mirada que no juzga, sino que comprende. Solo desde allí podemos garantizar verdaderamente el derecho a la educación: una educación que reconoce, incluye y transforma.