Educación

Si parece demasiado fácil, tal vez no sea aprendizaje

Luego de jubilarme recientemente, volví mi mirada a una actividad que había explorado a medias hace un par de años: el pilates. Aunque ayudé a forjar, junto con mi esposa, educadora como yo, una familia de deportistas (mis dos hijos se iniciaron desde edades tempranas en el tenis y el patinaje con bastante disciplina) yo soy el menos dedicado de todos. Hago cortas caminatas, si el clima ayuda, de 4 o 5 Kms, unos 4 días a la semana.

Un día tomé la decisión. “Voy a hacer pilates” anuncié a todos en casa. Salí hacia el estudio, cerca de mi casa, donde me recibió la profesora, quien me indicó este aviso en la pared: “Si parece demasiado fácil, tal vez no sea pilates”. El acto de serendipia fue inmediato: Algo inesperado que te ayuda a conectarte contigo mismo y con lo que conoces. Pensé: esto tiene todo que ver con educación.

A partir de este insight, comenzaré explorando la idea de que, aunque hoy en día hay una tendencia, en mi criterio un poco reduccionista y equívoca, de que se debe facilitar la experiencia a los estudiantes (incluso se piensa, a veces, que gamificar quiere decir hacerlo “más fácil”), los educadores sabemos que el esfuerzo constituye un elemento fundamental en los procesos de aprendizaje profundo y significativo. Aprender no se reduce a la mera adquisición de datos, implica transformar la comprensión a través de procesos muy activos que demandan concentración, perseverancia y la superación de lo que llamamos obstáculos cognitivos. En esta línea, Bjork y Bjork (2011) introdujeron el concepto de “dificultades deseables”, entendidas como obstáculos intencionados que, al requerir mayor esfuerzo cognitivo, promueven una mejor retención y transferencia del conocimiento. Esta perspectiva sugiere que la simplicidad aparente de una actividad puede inducir una ilusión de competencia, sin necesariamente generar aprendizajes duraderos: Si parece demasiado fácil…

En esta línea, la Dra. Angela Duckworth de la Universidad de Pensilvania ha desarrollado el concepto de Grit: la combinación de pasión y perseverancia para el logro de objetivos a largo plazo. En su libro Grit: The Power of Passion and Perseverance (2016), ella demuestra, mediante estudios longitudinales, que el éxito académico y profesional depende menos del talento innato que de la capacidad de sostener el esfuerzo en el tiempo, aun frente a la adversidad. Así, se refuerza la tesis de que el aprendizaje auténtico no puede entenderse al margen del compromiso sostenido y el trabajo arduo.

La evidencia desde las neurociencias respalda también esta concepción del esfuerzo como motor del aprendizaje. La neuroplasticidad, la capacidad del cerebro para reorganizarse a través de la experiencia, se activa particularmente cuando el sujeto se enfrenta a retos de dificultad progresiva. Sousa (2017) propone que el cerebro aprende de manera más eficaz cuando se le presentan estímulos que requieren atención, resolución de problemas y toma de decisiones. En este contexto, experiencias de aprendizaje carentes de exigencia no solo resultan poco efectivas, sino que pueden desperdiciar el potencial cognitivo del estudiante. Si parece demasiado fácil…

La creciente popularidad de estrategias pedagógicas innovadoras, como la gamificación, por otro lado, ha introducido nuevas formas de involucrar a los aprendices en el proceso educativo. Gamificar, sin embargo, no implica necesariamente reducir la complejidad ni facilitar excesivamente las tareas. Kapp (2012) advierte que una implementación superficial de la gamificación, como la que frecuentemente vemos, centrada exclusivamente en recompensas externas o en dinámicas recreativas, puede trivializar el aprendizaje. El juego educativo debe diseñarse como un entorno que desafíe al estudiante, promoviendo el pensamiento crítico, la toma de decisiones estratégicas y la resolución de problemas complejos.

En este sentido, conviene recordar que el aprendizaje ya posee, en sí mismo, un componente lúdico. Jugamos porque aprendemos y aprendemos porque jugamos. La diversión está profundamente imbricada en el acto de aprender. Pensemos, a la vez, en escenarios como argumentar, construir conocimiento nuevo o resolver un problema: todos contienen elementos de exploración, descubrimiento y satisfacción por el logro, características propias del juego. Gee (2007), en sus estudios sobre videojuegos y alfabetización, llama la atención sobre la idea de que los juegos más efectivos, en términos de aprendizaje, son aquellos que presentan niveles progresivos de dificultad, forzando al jugador a adaptarse, reflexionar y perseverar. Esta comparación con el proceso educativo pone de relieve la necesidad de mantener el esfuerzo como eje central de cualquier propuesta formativa, gamificada o no. Si parece demasiado fácil…

Aquí quiero proponer una primera idea complementaria: Esta visión del esfuerzo que debe entrañar el aprendizaje, se puede sostener, a su vez, con el concepto de que formar buenos estudiantes implica también cultivar buenos ciudadanos. El desarrollo de la perseverancia, el trabajo duro, el compromiso con la tarea y la reflexión ética en torno al impacto del propio trabajo son aspectos que deben articularse en toda experiencia educativa significativa. Así, el aprendizaje duradero, el aprendizaje para toda la vida, no ocurre únicamente cuando el contenido es desafiante, sino, también, cuando se lo vincula con un propósito valioso, honesto y éticamente relevante.

Desde la Escuela de Posgrados en Educación de Harvard, diversos investigadores han defendido con firmeza la idea de que el aprendizaje no es un acto pasivo de recepción de contenidos, sino una consecuencia directa del pensamiento activo que el estudiante realiza sobre lo que estudia. En particular, el enfoque promovido por el Project Zero, una iniciativa de investigación de larga trayectoria en la Escuela de Posgrados en Educación de la Universidad de Harvard, sostiene que “el aprendizaje es una consecuencia del pensamiento” (Ritchhart, Church & Morrison, 2011), lo cual implica que no se aprende simplemente por estar expuesto a información, sino cuando se movilizan procesos mentales como el análisis, la síntesis, la interpretación, la argumentación o la creación. Esta perspectiva tiene profundas implicaciones pedagógicas, ya que sitúa el esfuerzo cognitivo en el centro del aprendizaje auténtico: no basta con completar actividades, memorizar datos o repetir fórmulas, sino que se requiere involucrarse activamente en una tarea mental que desafíe al estudiante a construir sentido. Esta forma de pensar sobre el aprendizaje demanda tiempo, reflexión y persistencia, elementos que deben ser promovidos intencionalmente en el aula. En este marco, la enseñanza eficaz es aquella que hace visibles las formas de pensamiento, que modela cómo se razona en distintas disciplinas, y que crea una cultura de aula en la que el esfuerzo intelectual es valorado como la vía natural para aprender en profundidad.

Una segunda idea complementaria, por supuesto, tiene que ver con la consolidación de la inteligencia artificial generativa, que, por otra parte, ha transformado profundamente nuestras formas de producir, acceder y comunicar información, y en el ámbito educativo ha generado polarización, entusiasmo e inquietud. Muchas veces, la IA se percibe como una herramienta para “hacer las cosas más fáciles”, simplificando tareas como escribir, resolver problemas o resumir textos. Creo firmemente que esta visión refleja una comprensión reduccionista y algo ingenua de lo que realmente implica el uso de la IA. Pensar que su función es únicamente aligerar la carga cognitiva lleva a interpretaciones utilitaristas que minimizan el rol activo del estudiante en su proceso de aprendizaje. En lugar de sustituir el pensamiento, la IA debería invitar a esforzarnos por pensar mejor. La educación no debería limitarse a usar sistemas automatizados como atajos, debemos integrarlos en una pedagogía que cultive la deliberación, la formulación precisa de preguntas, el análisis crítico de las respuestas y la evaluación de su calidad y pertinencia.

En este sentido, la IA generativa representa una oportunidad extraordinaria para elevar el nivel del esfuerzo intelectual del estudiante, siempre que se le enseñe a interactuar con estas herramientas de manera reflexiva y ética. Elaborar buenos prompts no es un ejercicio mecánico, sino una práctica cognitiva compleja que exige claridad conceptual, capacidad de síntesis y comprensión contextual. En una palabra esfuerzo cognitivo. ¡Evaluar lo que la IA devuelve implica habilidades de pensamiento crítico, metacognición y criterio ético! En un contexto formativo, esto significa que el uso de IA debe ser guiado por preguntas fundamentales: ¿qué quiero lograr?, ¿cómo puedo afinar mis instrucciones para obtener mejores respuestas?, ¿cómo verifico que lo que recibo es veraz, útil y moralmente aceptable? De este modo, el estudiante no evita el esfuerzo, sino que lo redirige hacia tareas más sofisticadas, vinculadas al juicio, la autorregulación y la responsabilidad intelectual. Solo si se integra desde esta perspectiva, la inteligencia artificial podrá fortalecer —y no debilitar— el carácter formativo de la educación.

Como colofón, creo que el aprendizaje genuino exige, inevitablemente, un grado de dificultad que desafíe al estudiante y active sus recursos cognitivos, emocionales y motivacionales. Si bien es deseable diseñar experiencias educativas atractivas, ello no debe confundirse con hacer el aprendizaje “fácil”. La verdadera enseñanza implica estructurar situaciones desafiantes que, aunque puedan tener una envoltura lúdica o accesible, exijan esfuerzo, reflexión y persistencia. Como sugiere el título de este artículo, si una experiencia parece demasiado fácil, tal vez no estemos hablando de aprendizaje en sentido pleno.

Para comunicarse con el autor:

ypuentes@yahoo.com


Bibliografía

  • Bjork, R. A., & Bjork, E. L. (2011). Making things hard on yourself, but in a good way: Creating desirable difficulties to enhance learning. Psychology and the Real World: Essays Illustrating Fundamental Contributions to Society, 2, 56–64.
  • Csikszentmihalyi, M. (1990). Flow: The Psychology of Optimal Experience. Harper & Row.
  • Duckworth, A. (2016). Grit: The Power of Passion and Perseverance. Scribner.
  • Dweck, C. S. (2006). Mindset: The New Psychology of Success. Random House.
  • Gee, J. P. (2007). What Video Games Have to Teach Us About Learning and Literacy. Palgrave Macmillan.
  • Kapp, K. M. (2012). The Gamification of Learning and Instruction: Game-Based Methods and Strategies for Training and Education. Pfeiffer.
  • Sousa, D. A. (2017). How the Brain Learns (5th ed.). Corwin.
  • Zull, J. E. (2002). The Art of Changing the Brain: Enriching the Practice of Teaching by Exploring the Biology of Learning. Stylus Publishing.

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Yecid Puentes Osma

Licenciado en filología e idiomas de la Universidad Nacional de Colombia, especialista en gerencia educativa de la Universidad de San Buenaventura, y en Colegios de Calidad y Reality Therapy por el Instituto William Glasser de California. Yecid es el Director Ejecutivo de REDIE en Colombia. 48 años de experiencia como docente, coordinador, vicerrector y director de prestigiosas instituciones en Colombia y el Ecuador. Autor de artículos en revistas y memorias especializadas. Docente-tutor en Wide, la plataforma en línea del Project Zero de la Escuela de posgraduados en educación de la Universidad de Harvard. Formador de rectores en el programa Todos a Aprender del Ministerio de Educación de Colombia. Autor de Organizaciones Escolares Inteligentes, publicado por la editorial Magisterio. Pionero en las implementaciones del enfoque de Enseñanza para la Comprensión en Iberoamérica. Experto en temas relacionados con la teoría de inteligencias múltiples, Mindset, Flipped Learning, pensamiento sistémico y aprendizaje socioemocional.

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