La experiencia de aprendizaje como intervención didáctica
Cómo planificar y gestionar aulas que transformen
¿Cuáles fueron los antecedentes constitucionales de la época colonial? ¿Qué es una isobara? ¿Qué dice el Teorema de Tales? ¿y el de Pitágoras? ¿Qué tipo de palabras son, semánticamente, los complementos circunstanciales de lugar? ¿Cuál es el río más largo de Europa?; la mayoría de nosotros –los docentes de mi generación y las generaciones cercanas- egresamos del colegio secundario pudiendo responder con claridad esas y muchas otras preguntas. Cualquiera de nosotros y nosotras registra muchos más datos disciplinares precisos de biología o historia que la mayoría de los jóvenes de hoy: el ciclo del agua, las partes del cuerpo, las causas de la revolución francesa o las funciones de la mitocondria. Pero fue precisamente en el curso de nuestras generaciones que se dilapidaron los recursos naturales y se repitieron los grandes errores de la historia humana. Sabemos hoy que información no es igual a estar formados. La sabiduría hoy, no implica retener información sino partir de ella para contextualizarla, cuestionarla y reinventarla; y son precisamente esas capacidades las que requieren los nuevos escenarios sociales y económicos.
Nadie puede negar que el mundo ha cambiado de manera vertiginosa en las últimas décadas. Este cambio impactó en todos los aspectos de nuestra sociedad, incluida la educación. Las innovaciones en los procesos educativos requieren responder cada vez mejor a las necesidades y expectativas sociales, culturales y económicas, de la comunidad mundial. Educar no es solo formar mentes sabias; es, sobre todo, desarrollar capacidades complejas que permitan a nuestros estudiantes abordar de manera efectiva y ética los desafíos de su entorno.
El conocimiento ya no es únicamente una herramienta para describir y explicar fenómenos; hoy debe servir para actuar sobre la realidad y resolver los problemas que emergen en un mundo globalizado y en constante transformación. En este sentido, la educación debe resignificarse y rediseñarse, integrando saberes que no solo se limiten al “saber”, sino que también incluyan el “hacer” y el “ser” en comunidad.
De la Clase Declarativa a la experiencia de aprendizaje
En el modelo educativo tradicional, el docente era el centro del proceso, encargado de transmitir información que los estudiantes debían memorizar. Este enfoque, si bien fue efectivo en su momento, hoy se muestra insuficiente para desarrollar las competencias que exige el siglo XXI. En lugar de centrarse en la mera transmisión de saberes declarativos, es necesario pasar a un modelo en el que el aprendizaje sea el fruto de un proceso activo y significativo.
Este cambio requiere que las clases dejen de ser un espacio donde los estudiantes reciban pasivamente la información para convertirse en un entorno donde se promueva el diálogo, la reflexión y la creación conjunta de conocimientos. Requiere de un docente que no solo sea transmisor de conocimientos, sino un facilitador que guía a los estudiantes en la construcción de saberes apreciables y aplicables a sus vidas.
El concepto de “experiencia de aprendizaje” se refiere a aquellas intervenciones didácticas que buscan transformar al estudiante a través de vivencias relevantes, desafiantes y significativas. Estas experiencias integran conocimientos, habilidades y valores, y están diseñadas para que los estudiantes desarrollen la capacidad de comprender, valorar y aplicar lo aprendido en diferentes contextos. Stanislas Dehaene, en su obra sobre los pilares del aprendizaje, identifica cuatro elementos clave para el diseño de experiencias educativas efectivas: atención, compromiso activo, retroalimentación y consolidación. Estos pilares son esenciales para crear clases que no solo transmitan información, sino que también promuevan experiencias de aprendizaje.
Principios para el Diseño de Experiencias de Aprendizaje
Para implementar un enfoque basado en experiencias de aprendizaje, es fundamental que los docentes consideren varios principios clave:
1) El saber declarativo como medio: En lugar de ser el fin último de la educación, el conocimiento declarativo debe utilizarse como un puente hacia aprendizajes más profundos. Los estudiantes deben ser capaces de contextualizar, cuestionar y reinventar la información que reciben, transformándola en herramientas para comprender y actuar en el mundo.
Para lograrlo, puede ser eficaz evitar el inicio de toda propuesta didáctica con la presentación fáctica de los contenidos y reemplazarla por propuestas que promuevan la motivación personal por aprender, esa que puede movilizar el verdadero compromiso activo; en este sentido, los docentes podemos:
- Presentar los temas y tópicos a aprender mediante ejemplos de lo que serán capaz de hacer al finalizar el proceso.
- Plantear problemas mediante propuestas que sólo se puedan resolverse aprendiendo algo lo que están por descubrir.
- Presentarles enunciados con disonancias cognitivas, generando discordancia entre las suposiciones que tienen los estudiantes y lo que realmente puede arrojar el nuevo conocimiento.
- Ofrecerles retos, proponiendo desafíos inquietantes a resolver, cuya resolución implique desandar un aprendizaje. A diferencia de una competencia, los retos pueden resolverlos todos en el grupo y de manera divergente; en cambio cuando hay una competencia, sólo gana uno.
- Co-elaborar objetivos negociados o “autoimpuestos” planteando al alumnado la generalidad del aprendizaje a transitar para que juntos puedan plantear y co-crear los propósitos de aprendizaje. Esto genera compromiso y participación.
2) Los desempeños como camino: Las clases deben centrarse en lo que los estudiantes pueden hacer con los conocimientos adquiridos. Es decir, el desempeño del estudiante en situaciones reales y prácticas debe ser el motor de la planificación y gestión de la clase, dejando de menos tiempo a la presentación teórica. Siguiendo a David Perkins un desempeño de comprensión siempre nos obliga a ir más allá; a poner en juego estrategias que nuestros estudiantes no conocen o no están acostumbrados a utilizar. Esto hace que este tipo de propuestas didácticas invite a los estudiantes a conflictuar y contrastar sus propias creencias o conocimientos previos, abordando cuestiones reales, cercanas y múltiples, cuyo abordaje colabore con la comprensión del objeto de aprendizaje.
3) La emocionalidad y la corporeidad como parte integral del proceso: El aprendizaje no puede desligarse de las emociones y el cuerpo. Actividades que involucren el movimiento, la expresión emocional y la interacción sensorial no solo mejoran la memoria y la comprensión, sino que también promueven un mayor bienestar general y un aprendizaje más integral.
4) La construcción de espacios para la grupalidad y la colaboración. El trabajo colaborativo permite que los estudiantes debatan e intercambien ideas, que los más conocedores o versados contribuyan a la formación de sus compañeros y que los más críticos o creativos tracciones nuevas miradas y formas de abordar las situaciones de aprendizaje. Proponer experiencias de aprendizaje múltiples, diversas y trasversales a los intereses y capacidades de todo el grupo, fomenta el desarrollo emocional necesario para aprender a colaborar y a vivir en comunidad, al tiempo que beneficia el desarrollo de habilidades y competencias. El estudiante debe saber que comparte la responsabilidad de aprender con el profesor y con sus pares.
5) Los espacios de retroalimentación y metacognición planificados. Según John Hattie, la retroalimentación efectiva cierra la brecha entre lo que el estudiante entendió y lo que se pretendía que entendiera. Esto no solo fortalece el aprendizaje, sino que también fomenta la motivación intrínseca, ya que los estudiantes se sienten valorados y apoyados en su proceso educativo. Para lograrlo, es fundamental implementar evaluaciones que no solo midan la retención de información, sino que también promuevan la reflexión, la autoevaluación y la metacognición. Muchas veces, es sumamente complejo arbitrar los medios para que se lleven a cabo, por lo que es fundamental diversificar las Fuentes de Retroalimentación; esto es incorporar diferentes fuentes de retroalimentación, como la autoevaluación, la coevaluación y la retroalimentación del docente, enriqueciendo la perspectiva del estudiante y facilitando una comprensión más completa de su progreso.
Referencias:
– Dehaene, S. (2019). _ ¿Cómo aprendemos? Los cuatro pilares con los que la educación puede potenciar los talentos de nuestro cerebro_. Siglo XXI Editores.
– Hattie, J. (2023). _Visible Learning: The Sequel: A Synthesis of Over 2100 Meta-Analyses Relating to Achievement_. Taylor & Francis.
Perkins, David. (2008) “¿Qué es la comprensión?”, en: Stone Wiske, M. (Comp.). La Enseñanza para Comprensión: vinculación entre la investigación y la práctica. Buenos Aires:
Petty, G. (2023). Educación basada en evidencias: Cómo enseñar aún mejor. España: Ediciones SM España.