
El mismo adolescente de diecisiete años, Carli, que unos años antes había decidido que yo sea arquitecto, se perturbó y reaccionó contra la autoridad ejercida por los directivos y docentes de la Escuela Normal Dr. Eduardo Costa de Campana donde él cursaba su quinto año.
Era noviembre de 1982 y él contaba los días para irse definitivamente del lugar donde lo asfixiaban, limitaban y donde cercenaban sus libertades. Las exigencias infinitas de comportamiento, de vestimenta, de horarios inflexibles, de disciplina eran para su amigo Fredy y para él, injustas y arbitrarias. No recuerdo cuál fue el motivo que los llevó (a Fredy y a Carli) a decidir escribir una carta que reflexionara acerca de la convivencia, la autoridad, el respeto y el aprendizaje dentro de la escuela.
Escribieron la carta y la enviaron a un diario perteneciente a un partido de izquierda que se animaba a asomar a la luz en esos tiempos de fines de dictadura; el diario se llamaba Socio/a. Cito un párrafo de esa carta, esencial para esta reflexión sobre mi trayectoria y sobre los pensamientos acerca de por qué estoy donde estoy ahora, comprometido con la educación.
(Caram, C – Vota, A. 1982: 4)
Como medida primordial anhelamos una comunicación activa en la relación profesor-alumno. Nos gustaría que se erradicara aquella, ya obsoleta, imagen del profesor que da la clase, califica y se va; y cultivar una nueva figura, que no sólo nos ofrezca una acumulación efímera de datos sino también pautas humanas para la convivencia cotidiana. Consideramos que el exceso y el abuso de autoridad traen como resultados desequilibrios cuyas consecuencias muchas veces son desagradables. A nuestro modo de ver, el respeto no hay que exigirlo con una imagen ficticia de severidad, porque más que respeto sería temor. ¿Será posible destruir el muro entre los profesores y el alumnado? Nosotros creemos que sí, porque a pesar de haber tenido constructores de paredes, tuvimos otros, los menos, que nos demostraron ser verdaderos constructores de puentes y destructores de muros. ¿Por qué unos sí y otros no? Porque se han esmerado en aplicar toda su pedagogía al servicio de la buena convivencia. Porque siempre supieron que la indisciplina es provocada muchas veces por falta de comunicación y vínculos de entendimiento y que lograr las buenas ondas no significa perder el respeto.
Cuando Carli tuvo que defender su postura publicada ante el dedo inquisidor del rector supo que nunca se iba a ir de esa escuela, supo que además de arquitecto yo iba a ser docente e iba a reflexionar, escribir, pensar y discutir sobre educación.
No es extraño que esos adolescentes centraran su carta, ingenua vista por los ojos del adulto de hoy, en la relación docente – institución – alumnos. El currículum, en esa época autoritaria de la dictadura, estaba centrado en la disciplina, en generar relaciones de obediencia, de sumisión, de silencio ante la autoridad indiscutida de la escuela y del Estado. Alumnos sin voz, cuya supervivencia estaba basada en el silencio y en la uniformidad.
Los adolescentes piden buena onda, amor y consideración tal como sostiene Badiou, “El amor no habla propiamente de una posibilidad, sino más bien de la superación de algo que podía parecer imposible.” (2015: 66). Respecto a la intención de la sumisión y la disciplina que esa autoridad pretende generar, Meirieu afirma que “Hace mucho tiempo que los pedagogos conocen y analizan la tentación de la didáctica todopoderosa, desde hace mucho tiempo intentan distinguir el deseo de transmitir y el lugar de reproducir, la voluntad de instruir y la insistencia de normalizar.” (2009: 2).
Cuando leí a Kojève, me di cuenta de que Carli y Fredy habían reaccionado ante una autoridad aristotélica – hegeliana nacida del poder del que sabe y aceptada de manera sumisa por el ignorante. Esa sumisión culmina cuando el que sabe lo hace trascender para que el ignorante someta a otros. Kojève me hizo dar cuenta de la diferencia entre fuerza y autoridad y del antagonismo de ambos conceptos. Es decir que el que ejerce la fuerza está explicitando la carencia de autoridad.
Fredy y Carli fueron reprendidos por el rector por haber reaccionado ante la autoridad que les exigía silencio y obediencia; por haber violado el principio que sostiene que el que obedece no reacciona pudiéndolo hacer.
La reacción que evidencia la falta del ejercicio de autoridad se debe a que los adolescentes son conscientes que se está ejerciendo una autoridad que no hace cambiar nada, que no genera movimiento, es decir una autoridad que se ejerce para reproducir la autoridad y así hasta el infinito absurdo. Esta autoridad de la nada, es un ejercicio que pretende evitar una reacción sin ejercer acción. Fredy y Carli no reaccionaron contra la autoridad en sí, reaccionaron por haberse decepcionado de esa autoridad. Una autoridad que ejerce un maestro que se adelanta al que obedece y el adolescente reacciona porque no quiere llegar al sitio donde el maestro adelantado está. Fredy y Carli no se fueron nunca del sistema educativo, quizás con la esperanza de cambiar el sitio que les proponían los maestros adelantados.
Es cierto que uno puede hacer que el pasado sea otra cosa, pasaron más de treinta años de la publicación de esa carta y pude reconstruir la reacción de esos adolescentes, pude comprender por qué estoy hoy donde estoy; por qué nunca me fui del sistema educativo y comprender que somos Socios/as en “el esfuerzo de conectar autoridad con amor, cuidado, libertad y consideración.” (Antelo, 2014: 5)
La escuela durante la dictadura cívico-militar estaba centrada en la obediencia. Las prácticas educativas tomaban al conocimiento como vía de acceso autoritaria a la sumisión. La escuela deseada no está en el pasado; no se trata de hacer ejercicios nostálgicos para restaurar modelos sino todo lo contrario. Comprender nuestro complejo mundo, comprender al ser humano de estos tiempos es una posibilidad para generar modelos coherentes entre lo que deseamos y lo que hacemos para concretarlo. Y lograr que el conocimiento no genere sujetos obedientes y sumisos sino sujetos libres, creativos, reflexivos, pensantes y solidarios.
Carlos Caram
Arquitecto (UBA)
Magíster en educación (Universidad de San Andrés)