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John Moravec: «No esperen el permiso de nadie para empezar a cambiar la educación»

En una entrevista exclusiva, el futurista John Moravec analiza el impacto de la inteligencia artificial, la evolución del paradigma Knowmad con el Manifiesto 25 y las claves del liderazgo educativo para un futuro incierto.

Hay personas que observan el futuro y ven una niebla densa e impenetrable. Otros, en cambio, se dedican a diseñar las herramientas para navegarla. John Moravec pertenece a este segundo grupo; es un cartógrafo de futuros posibles, un pensador que en lugar de ofrecernos mapas obsoletos, nos entrega una brújula y un astrolabio para encontrar nuestro propio norte en un mundo en constante cambio.

Tuve el privilegio de comprobarlo en persona, aquí en Buenos Aires, durante el taller «Navegando futuros inciertos», una experiencia reveladora organizada con gran acierto por Javier Simón (Gerente de Innovación y Contenidos Educativos en la Subsecretaría de Planeamiento e Innovación Educativa del Ministerio de Educación de la Ciudad de Buenos Aires). En aquella jornada, Moravec no expuso un decálogo de respuestas, sino que nos sumergió en una cultura de la pregunta, desafiándonos a repensar el propósito mismo de nuestras instituciones en pleno siglo XXI.

Esa es, en esencia, su misión. Como fundador del think tank Education Futures y autor de obras fundamentales como «Knowmad Society» y el provocador «Manifiesto 15» , Moravec ha dedicado su carrera a diagnosticar la obsolescencia de nuestro paradigma educativo industrial (la «Educación 2.0») y articular una visión para lo que debe reemplazarlo.

Su concepto del «knowmad» —el trabajador nómada del conocimiento, creativo, colaborativo y capaz de aprender en cualquier contexto— no es una simple etiqueta, sino el perfil del ciudadano que ya habita este presente líquido. Su propuesta de «leapfrogging» no es una invitación a la reforma, sino un llamado a dar un salto cuántico, a dejar de poner parches en un sistema que necesita ser reimaginado desde sus cimientos.

En un 2025 donde la inteligencia artificial generativa redefine a diario las fronteras del saber y la incertidumbre es la única constante, dialogar con John Moravec no es un ejercicio académico, es una necesidad estratégica. Es conversar con quien lleva más de una década advirtiéndonos sobre la tormenta que ya llegó y, más importante aún, enseñándonos a construir mejores barcos.

Con nosotros, para interpelarnos desde la frontera del pensamiento educativo, el Dr. John Moravec.

Dr. Moravec, han pasado más de diez años desde la publicación de Knowmad Society. En retrospectiva, ¿qué postulados de tu ‘sociedad nómada del conocimiento’ consideras que la realidad ha validado con más fuerza y cuáles necesitarían una actualización o matiz hoy en día?

Uno de los postulados centrales de Knowmad Society es que la tecnología no solo transforma lo que hacemos, sino que también redefine lo que significa ser humano. A lo largo de la historia, nuestras herramientas han sido extensiones de nuestra mente, cuerpo e imaginación. En ese sentido, ya en Knowmad Society reconocíamos que el conocimiento, el trabajo y la identidad estaban en constante reinvención gracias a los avances tecnológicos.

Lo que ha cambiado radicalmente desde entonces es la calidad y la agencia de estas tecnologías. Las inteligencias artificiales generativas, la computación ubicua y otras tecnologías emergentes ya no son solo instrumentos pasivos: toman decisiones, crean contenidos, moldean nuestras relaciones y anticipan nuestras acciones. Esto obliga a los knowmads (y a todas las personas) a redefinir su papel como coevolucionadores de un ecosistema cognitivo compartido entre humanos y máquinas.

La idea del knowmad como sujeto adaptable, creativo y capaz de navegar entornos inciertos sigue vigente. Pero hoy se vuelve crucial añadir una nueva capa de conciencia: debemos formar knowmads que no solo sepan trabajar con estas tecnologías, sino también cuestionarlas, hackearlas y decidir cómo queremos que configuren nuestras sociedades. La autonomía crítica, previsión y la imaginación política se vuelven tan importantes como la flexibilidad y la innovación.

La pandemia aceleró la digitalización de la educación de forma masiva. Desde tu perspectiva, ¿este salto forzado nos acercó realmente a los principios del Manifesto 15 o, por el contrario, evidenció que simplemente ‘digitalizamos’ el modelo tradicional (Paradigma 2.0) sin un cambio de fondo?

Desafortunadamente, en la mayoría de los casos, lo que presenciamos fue una digitalización superficial del viejo paradigma industrial (2.0). Las estructuras rígidas, las clases magistrales y las evaluaciones estandarizadas simplemente se trasladaron a Zoom y plataformas LMS, sin cuestionar el sentido del aprendizaje ni rediseñar la experiencia educativa. Fue un momento de pánico donde muchos se proclamaron líderes en innovación, cuando en realidad solo estaban replicando lo de siempre, ahora con Wi-Fi.

Manifesto 15 proponía algo mucho más profundo: una transformación cultural hacia una educación centrada en la creatividad, la colaboración, la personalización y la apertura. La pandemia evidenció que ya contamos con la infraestructura tecnológica para ello, pero que seguimos atrapados en lógicas institucionales obsoletas. La buena noticia es que este experimento forzado dejó en claro qué no funciona. Esa conciencia colectiva abre una oportunidad única para dar el salto hacia un Paradigma 3.0 más humano, adaptativo y significativo …si nos atrevemos a hacerlo.

¿Qué diferencias e ideas renovadas trae el nuevo Manifiesto 25? ¿Cómo es posible adherir a él?

Manifesto 15 fue, en gran medida, un reflejo de mi trabajo como investigador y asesor a fines de 2014. Surgió como una provocación optimista frente a un sistema educativo que ya mostraba signos de obsolescencia. Sin embargo, el mundo ha cambiado profundamente desde entonces (política, social, tecnológicamente) mientras que la educación, en muchos casos, ha permanecido estancada. Durante esta década, también he recibido abundante retroalimentación de educadores y comunidades de todo el mundo, la cual nutre y da forma al nuevo manifiesto.

Manifiesto 25 representa una evolución crítica y necesaria. Ya no basta con reformar desde dentro; el nuevo documento parte de un diagnóstico más claro y urgente: enfrentamos crisis sistémicas (p.ej., climática, democrática, educativa) que exigen respuestas radicales. Propone cuestionarlo todo: desde los propósitos del aprendizaje hasta las estructuras de poder que lo sostienen.

A diferencia del anterior, Manifiesto 25 no busca consensos técnicos ni soluciones moderadas. Es una invitación a la resistencia creativa, a la imaginación colectiva, a reconstruir la educación como un acto de libertad, justicia y amor. No se adhiere como quien firma un compromiso: se vive, se comparte, se discute, se transforma en práctica. Es un mapa abierto, escrito para ayudarnos a nombrar lo que somos, lo que queremos cambiar, y también lo que aún no alcanzamos a imaginar.

Con la irrupción de herramientas como ChatGPT, Gemini o Midjourney, ¿cómo se redefine el concepto de ‘knowmad’? ¿Es la IA generativa la herramienta definitiva para el trabajador del conocimiento o representa un riesgo de ‘comoditización’ de habilidades que antes eran exclusivas de los humanos creativos?

La aparición de herramientas como ChatGPT, Gemini o Midjourney no invalida el concepto de knowmad; al contrario, lo desafía, lo renueva y lo vuelve más urgente. El knowmad siempre ha sido un creador de valor en contextos inciertos, combinando saberes, tecnologías y relaciones de manera original. Lo que cambia ahora es el entorno: convivimos con inteligencias artificiales capaces de generar texto, imágenes y código con una velocidad y calidad que hasta hace poco eran dominio exclusivo de seres humanos.

Esto plantea una paradoja inquietante. Por un lado, estas herramientas amplifican nuestro potencial creativo como nunca antes. Por otro, hacen que muchas habilidades (como escribir bien, programar o diseñar) empiecen a parecer automatizables y, por tanto, menos valiosas en el mercado. El verdadero riesgo no es la IA en sí, sino adoptarla de manera acrítica, como un sustituto del ingenio humano, en lugar de una extensión que nos desafía a ir más allá.

Los knowmads sobreviven y prosperan precisamente porque saben adaptarse a entornos cambiantes y generar valor nuevo tanto dentro como entre organizaciones. En este nuevo escenario, eso implica desarrollar una relación crítica y consciente con la tecnología. No basta con usarla bien: hay que comprenderla, cuestionarla, hackearla si es necesario, y decidir colectivamente cómo queremos que forme parte de nuestras vidas, trabajos y comunidades.

En este sentido, creo que los knowmads están llamados a convertirse en los trabajadores más “humanos” de todos no por resistirse a la tecnología, sino por redefinir con ella qué significa crear, aprender y decidir en un mundo compartido con inteligencias no humanas.

Imagina que un director de una escuela secundaria tradicional lee tu obra y decide iniciar una transformación. ¿Cuáles serían los tres primeros pasos concretos y realizables que le recomendarías para empezar a fomentar una cultura ‘knowmad’ en su institución, sin necesidad de una gran inversión inicial?

a) Crear espacios para la curiosidad y la exploración. Esto puede comenzar con acciones sencillas dentro de la estructura existente: permitir proyectos autodirigidos, clubes liderados por estudiantes o dedicar momentos semanales a aprender algo nuevo, sin presión ni evaluación formal. Lo importante es abrir un margen de autonomía donde florezca la motivación intrínseca.

b) Fomentar una cultura de confianza y colaboración. Transformar una institución educativa no empieza por el currículo, sino por las relaciones. Promover conversaciones horizontales entre docentes, estudiantes y familias ayuda a construir una comunidad creativa, corresponsable y abierta al cambio. La innovación es más sostenible cuando se enraíza en vínculos humanos sólidos.

c) Repensar la evaluación. No es necesario eliminar las calificaciones de inmediato, pero sí complementarlas con estrategias que valoren lo que realmente importa: la iniciativa, la creatividad, la colaboración, la resolución de problemas. Lo que se evalúa comunica lo que se valora. Y cambiar la evaluación es, en el fondo, cambiar la pedagogía.

El cambio no requiere tecnología de punta, sino intención clara, escucha activa y el coraje de experimentar con nuevas formas de aprender juntos. Las transformaciones profundas comienzan con pequeños actos deliberados que abren nuevas posibilidades.

El paradigma ‘knowmad’ choca frontalmente con la evaluación estandarizada. ¿Cómo puede un gestor educativo diseñar y defender, ante las familias y las autoridades, un sistema de evaluación auténtica que valore competencias como la creatividad, la resolución de problemas complejos y la adaptabilidad, que son invisibles en una prueba de opción múltiple?

El primer paso es reconocer que lo que no se mide en los sistemas tradicionales no deja de existir y, de hecho, suele ser lo más importante. Competencias como la creatividad, la resiliencia, la empatía o la adaptabilidad son fundamentales para el presente y el futuro. No se capturan fácilmente en exámenes estandarizados porque reflejan saberes profundamente personales, situados y relacionales.

Para defender un sistema de evaluación auténtica, el gestor debe construir una narrativa sólida que conecte con la realidad. Es clave mostrar con evidencia cómo estas habilidades impactan en el aprendizaje profundo, en la preparación para la vida y en la capacidad de los estudiantes para enfrentar contextos inciertos. Los proyectos interdisciplinarios, los portafolios de aprendizaje o las experiencias colaborativas son ejemplos concretos que hacen visibles estos procesos y sus resultados.

También es esencial involucrar desde el inicio a las familias y autoridades, no como obstáculos, sino como aliados estratégicos. Escuchar sus preocupaciones, explicar con claridad los propósitos y mostrar resultados de forma transparente permite construir confianza y legitimidad.

Evaluar de forma auténtica no es solo cambiar los instrumentos, sino transformar la relación entre enseñanza, aprendizaje y sentido. Es una apuesta por reconocer y valorar aquello que realmente prepara a las personas para vivir, trabajar y contribuir en un mundo en constante transformación.

Se habla mucho de ‘flexibilidad curricular’. En la práctica, ¿esto significa desmantelar las asignaturas tradicionales? ¿Qué estrategias puede implementar un equipo directivo para transitar de un currículo basado en contenidos a uno organizado por proyectos interdisciplinarios o desafíos del mundo real?

La flexibilidad curricular no significa desmantelar el conocimiento disciplinar, sino reconfigurarlo como un medio, no como un fin. Las asignaturas tradicionales pueden seguir existiendo, pero deben dejar de ser compartimentos estancos. Lo que necesitamos es conectar saberes, generar contextos de aplicación y dar protagonismo a preguntas reales, no solo a respuestas predecibles.

Un equipo directivo puede empezar con tres estrategias:

1) Diseñar proyectos transversales que integren objetivos de distintas asignaturas alrededor de desafíos concretos (p.ej., sociales, ambientales,

tecnológicos) que los estudiantes puedan investigar y abordar con autonomía creciente.

2) Reorganizar el tiempo escolar para permitir bloques interdisciplinarios, laboratorios de creación o semanas temáticas donde la estructura tradicional se flexibilice sin perder el rigor.

3) Acompañar a los docentes en el cambio con espacios de co-diseño, reflexión y formación continua. La transición no es técnica, sino cultural. Requiere confianza, experimentación y apoyo institucional.

La clave está en cambiar la pregunta que guía el currículo: ya no es “¿qué contenidos hay que cubrir?”, sino “¿qué experiencias de aprendizaje permiten desarrollar personas curiosas, críticas y comprometidas con su mundo?”.

Tú has dicho que debemos pasar de ‘enseñar’ a ‘diseñar experiencias de aprendizaje’. ¿Qué competencias y habilidades clave debe tener un formador de docentes hoy para preparar a las nuevas generaciones de maestros para este rol de ‘arquitecto de aprendizaje’?

El formador de docentes del Paradigma 3.0 no solo transmite saberes pedagógicos; modela una nueva forma de habitar la educación. Para ello, necesita desarrollar al menos tres competencias clave:

1) Pensamiento de diseño aplicado a lo educativo. Saber identificar necesidades reales, idear soluciones creativas y prototipar experiencias de aprendizaje significativas, centradas en el estudiante y su contexto.

2) Facilitación y acompañamiento reflexivo. Más que dirigir, debe saber guiar, escuchar y construir confianza. La autoridad no se impone, se gana a través del vínculo y la coherencia pedagógica.

3) Lectura crítica del presente y visión de futuro. Formar docentes no es prepararlos solo para lo que ya existe, sino para lo que está emergiendo. Eso requiere pensamiento sistémico, sensibilidad ética y disposición al cambio.

Ser arquitecto de aprendizaje es asumir que enseñar no es suficiente: hay que crear condiciones donde el aprendizaje pueda florecer …y eso se enseña, pero sobre todo se encarna.

¿Qué características definen a un líder educativo del Paradigma 3.0? ¿Qué consejo práctico le darías a un directivo que se enfrenta a la resistencia al cambio por parte de un sector de su equipo docente anclado en viejos paradigmas?

Un líder educativo del Paradigma 3.0 no es quien tiene todas las respuestas, sino quien sabe hacer las preguntas adecuadas y construir comunidad para explorarlas. Su rol no es dirigir desde la cima, sino facilitar procesos de transformación desde el centro del ecosistema educativo. En inglés se habla del «guide on the side,» pero creo que podemos ir más allá: los líderes educativos deben ayudarnos a convertirnos en nuestra mejor versión, y a traer al mundo soluciones nuevas y hermosas.

Entre sus características clave destacan: visión sistémica, empatía profunda, valentía para incomodar y paciencia para acompañar. Es alguien que sabe leer el contexto, anticipar tendencias y activar el potencial colectivo de su equipo.

Ante la resistencia al cambio, el primer paso es escuchar. No todos los temores provienen del conservadurismo; muchos nacen del cansancio, la incertidumbre o de experiencias previas mal gestionadas. Necesitamos volver a enfocarnos en lo que realmente importa: el propósito educativo. Luego, es clave mostrar con hechos (aunque sean pequeños) que el cambio es posible, valioso y deseable. Las transformaciones significativas no se decretan; se contagian.

Tú hablas del concepto de ‘leapfrogging’ para que los sistemas educativos puedan saltar directamente al Paradigma 3.0, evitando las mejoras incrementales del modelo industrial. Para un gestor educativo que debe tomar decisiones sobre inversión y recursos, ¿cuál es la tecnología, metodología o estructura ‘intermedia’ que consideras la mayor trampa del Paradigma 2.0 y que recomendarías ‘saltarse’ por completo para dar un verdadero salto cualitativo?

Una de las trampas más comunes del Paradigma 2.0 es invertir en tecnología que perpetúa prácticas obsoletas. Llenar las aulas de pizarras digitales o adoptar plataformas LMS cerradas puede parecer innovador, pero si se usan solo para replicar clases magistrales o administrar tareas, lo único que hacen es reforzar el modelo industrial con una capa digital …y a un costo muy alto.

Lo que recomendaría evitar es cualquier infraestructura que refuerce la idea de que la tecnología está ahí para “automatizar” la enseñanza. Esa visión convierte a docentes y estudiantes en usuarios pasivos de sistemas rígidos y estandarizados. En cambio, los verdaderos saltos cualitativos provienen de decisiones que liberan tiempo, espacio y agencia: metodologías activas, arquitecturas físicas y digitales flexibles, redes abiertas de colaboración, y herramientas que permitan a las comunidades diseñar sus propios procesos de aprendizaje.

El leapfrogging no se trata de adquirir lo último en tecnología, sino de tomar decisiones que nos acerquen a modelos más humanos, adaptativos y con propósito. Saltarse lo innecesario es también un acto de inteligencia estratégica.

En América Latina, el concepto de ‘leapfrogging’ es especialmente atractivo, pero también enfrenta enormes desafíos de equidad y recursos. ¿Cómo puede una escuela pública en nuestra región, con conectividad limitada y presupuestos ajustados, aplicar una estrategia de ‘leapfrogging’ sin que esto signifique dejar atrás a los estudiantes más vulnerables? ¿Es posible un ‘leapfrogging’ pedagógico que no dependa exclusivamente de la tecnología de punta?

Definitivamente, sí. El leapfrogging no es sinónimo de alta tecnología, sino de alta intención. No se trata de saltar hacia lo digital, sino de saltar hacia modelos de aprendizaje más relevantes, inclusivos y transformadores. En contextos con recursos limitados, esto puede significar rediseñar la experiencia educativa con lo que se tiene a mano: fortalecer el aprendizaje basado en proyectos, promover el trabajo colaborativo entre pares, integrar saberes locales, o abrir la escuela a la comunidad como espacio de encuentro y creación.

Un leapfrogging pedagógico puede nacer en un aula sin internet, pero con un propósito claro: desarrollar autonomía, pensamiento crítico, creatividad y conexión con el entorno. Cuando dejamos de pensar en la escasez solo como una limitación, y empezamos a verla como un incentivo para innovar con sentido, encontramos soluciones profundamente humanas …y, muchas veces, más sostenibles que las basadas en tecnología de punta.

Lo esencial es que la innovación no se convierta en un nuevo factor de exclusión. Por eso, cada salto debe hacerse con un ojo puesto en la equidad: nadie debe quedar atrás.

Tu argumentas que el ‘leapfrogging’ permite evitar la ‘tiranía de la reforma incremental’. Si un país o un distrito escolar decidiera tomar en serio esta idea, ¿cuál sería la primera decisión estratégica que debería tomar para catalizar ese gran salto y qué mentalidad o paradigma debería ‘desaprender’ de inmediato para que el intento no fracase?

La primera decisión estratégica sería dejar de ver la educación como un sistema que hay que “optimizar” y empezar a concebirla como un campo vivo de posibilidades para el desarrollo humano. Eso implica pasar de una lógica de control (basada en estándares, eficiencia y predictibilidad) a una lógica de diseño, basada en el propósito, la diversidad y la adaptabilidad.

Y para que ese salto funcione, lo primero que hay que desaprender es la idea de que todo cambio debe ser seguro, gradual y centralizado. Esa mentalidad, aunque bien intencionada, conduce a reformas tibias que nunca llegan a tocar lo estructural. El leapfrogging exige asumir el riesgo de experimentar, de confiar en los educadores como agentes de cambio, y de construir nuevas formas de hacer política educativa desde lo local hacia lo sistémico.

Se trata de un cambio de mirada: pasar de administrar la educación a imaginarla.

Pensadores como Ray Kurzweil han situado la Singularidad Tecnológica en un futuro cada vez más cercano. En un mundo que se aproxima a un punto donde la IA podría superar la inteligencia humana, ¿cuál se convierte en el propósito fundamental de la educación humana? Si una máquina puede saberlo todo y optimizar cualquier proceso cognitivo, ¿qué nos queda por aprender y, sobre todo, para qué deberíamos aprenderlo?

En su peor versión, la Singularidad marca el fin de la imaginación humana: un punto donde ya no podremos anticipar, ni siquiera imaginar, lo que viene después. Ese horizonte plantea un desafío existencial para la educación. Si aceptamos que las máquinas pronto superarán nuestras capacidades cognitivas en múltiples dominios, entonces el propósito de la educación humana no puede seguir siendo la transmisión de información ni el desarrollo de habilidades replicables. Debemos reenfocar la educación hacia lo que nos hace profundamente humanos: la imaginación, la convivencia, el juicio ético, el deseo de crear sentido y de vivir con propósito.

En lugar de competir con las máquinas, necesitamos aprender a coexistir con ellas —y, sobre todo— a decidir cómo queremos que formen parte de nuestras vidas, nuestras comunidades y nuestras culturas. Esto exige una educación centrada en la conciencia crítica, el pensamiento sistémico, la sensibilidad ética y la responsabilidad intergeneracional.

Paradójicamente, en un escenario de Singularidad, el aprendizaje continuo se vuelve aún más importante. Ya no se trata de acumular conocimiento, sino de mantenernos abiertos a la transformación, explorar lo desconocido y descubrir (una y otra vez) quiénes somos, qué valoramos y cómo queremos habitar un mundo compartido con inteligencias no humanas.

Llevando tu paradigma ‘knowmad’ al extremo: ¿cómo se diseña un ‘currículo para el borde de la Singularidad’? Ahora que la IA general parece más una posibilidad de ingeniería que una fantasía, ¿qué saberes ‘profundamente humanos’ —quizás de la filosofía, el arte, la ética de la coexistencia o la inteligencia corporal— se vuelven absolutamente críticos para que las nuevas generaciones puedan navegar un mundo donde no seamos la única inteligencia dominante?

Un currículo para el borde de la Singularidad debe partir de lo que no puede ser automatizado: lo sensorial, lo ético, lo relacional, lo imaginativo, lo espiritual. No se trata de resistir a la tecnología, sino de construir una nueva ecología del aprendizaje donde lo humano se expanda, se cuestione y se reinvente en diálogo con otras inteligencias.

Entre los saberes fundamentales estarían:

1) Filosofía y ética, para desarrollar una brújula moral en tiempos de ambigüedad radical.

2) Pensamiento crítico y metacognición, para ayudarnos a navegar situaciones complejas donde podríamos vernos sobrecargados cognitivamente.

3) Futures thinking y pensamiento prospectivo, para imaginar futuros posibles, deseables y alcanzables —no como predicciones, sino como ejercicios de libertad.

4) Arte y narrativa, para expresar lo inefable, cultivar empatía y construir significados compartidos.

5) Ecología y coexistencia, para entender que no estamos solos (ni en lo biológico ni en lo cognitivo) y aprender a vivir con otras formas de vida e inteligencia.

6) Cuerpo y movimiento, porque habitar el cuerpo es una forma de sabiduría encarnada que la IA no puede replicar ni reemplazar.

7) Cuidado y afectividad, no solo como valores personales, sino como prácticas transformadoras para la vida en común.

El knowmad del futuro será un tejedor de relaciones significativas entre inteligencias múltiples: humanas y no humanas, individuales y colectivas, locales y planetarias. Necesitamos un currículo que forme para ese rol, con raíces profundas en lo humano y una mirada abierta hacia lo que aún no existe.

Considerando la velocidad exponencial de los avances en IA, ¿el concepto de ‘leapfrogging’ que tú propones ya no es solo una opción para innovar, sino una necesidad existencial para la educación? ¿Podría ser que el mayor riesgo de las reformas educativas lentas y graduales sea que dejen a la humanidad en una ‘obsolescencia cognitiva’ antes de que la Singularidad llegue? ¿Qué rol juega el sistema educativo para acelerar nuestra adaptación colectiva?

Sí, el leapfrogging ya no es solo una oportunidad: es una urgencia existencial. La velocidad del cambio tecnológico nos está desfasando, y seguir apostando por reformas lentas, incrementales y burocráticas equivale a abandonar a generaciones enteras en un mundo para el que no estarán preparadas.

El mayor riesgo no es que la IA reemplace a los humanos, sino que nos empuje a roles cada vez más marginales …no porque no tengamos valor, sino porque nuestros sistemas educativos no nos preparan para comprender, influir y convivir con estas nuevas realidades.

El sistema educativo tiene un rol clave en nuestra adaptación colectiva: puede ser un freno o un acelerador. Si queremos evitar la obsolescencia cognitiva, necesitamos una educación que forme personas capaces de cuestionar sistemas, imaginar futuros y construir alternativas. No basta con adaptarnos a la tecnología; debemos decidir cómo queremos transformarnos con ella. leapfrogging es una urgencia existencial.

A menudo, se critica que el concepto ‘knowmad’ puede ser elitista, favoreciendo a quienes ya tienen capital cultural y acceso a la tecnología. ¿Cómo podemos asegurar que la transición hacia una educación para ‘knowmads’ no amplíe la brecha educativa? ¿Qué rol juega la escuela pública en garantizar la equidad en este nuevo paradigma?

Es una crítica válida y necesaria. Sin una mirada profunda de justicia social, el paradigma knowmad corre el riesgo de convertirse en un privilegio más: reservado para quienes ya cuentan con acceso, confianza y autonomía cultural.

Nacimos para aprender y explorar (la curiosidad es parte de nuestra naturaleza) pero no nacemos knowmads: nos convertimos en tales a través de experiencias educativas que reconocen, acompañan y expanden el potencial de cada persona. En ese proceso, la escuela pública tiene un rol insustituible.

La escuela pública puede y debe ser el principal espacio donde se democratiza el acceso a las herramientas, lenguajes y oportunidades del siglo XXI. Pero la tecnología no debe ser el foco. Lo esencial es formar docentes que confíen en sus estudiantes, crear entornos que validen saberes diversos, no solo los académicamente legitimados y tejer redes intergeneracionales y comunitarias de apoyo al aprendizaje.

¿Es el enfoque ‘knowmad’ aplicable y sostenible en sistemas educativos públicos masivos, con recursos limitados y ratios de alumnos por aula muy elevados? ¿O es un modelo pensado principalmente para contextos más privilegiados o alternativos?

El paradigma knowmad no es un lujo para contextos privilegiados. Es una necesidad urgente y profundamente humana para todos, especialmente en sistemas públicos masivos. No tiene sentido intentar adaptar este enfoque a la lógica del viejo modelo industrial. No se trata de “ajustarlo” a lo que ya no funciona, sino de atreverse a imaginar algo diferente, incluso con recursos limitados.

Como se dice en inglés, “ponerle lápiz labial a un cerdo” no resuelve el problema. Si queremos que la educación tenga alguna posibilidad real de evolucionar, debe transformarse desde dentro. Y para lograrlo, necesitamos dejar de usar la escasez como excusa para evitar el cambio. Las escuelas con más presupuesto también pueden fracasar si siguen operando bajo lógicas obsoletas. La innovación depende de la intención, no del dinero.

El paradigma knowmad no exige más tecnología ni más inversión, sino decisiones valientes y uso estratégico de lo que ya tenemos. Requiere liberar tiempo para la exploración, confiar en los estudiantes, rediseñar los espacios de aprendizaje, tejer redes comunitarias y diversificar lo que valoramos como conocimiento.

El verdadero recurso escaso no es el dinero, sino la voluntad (y coraje) de romper inercias. Educar desde esta visión implica dejar de repetir lo que ya no funciona y empezar a construir lo que sí: experiencias relevantes, equitativas y transformadoras. No hace falta esperar la reforma perfecta. Podemos empezar hoy, desde donde estamos, con lo que tenemos.

Si la sociedad industrial dio paso a la sociedad de la información y esta a la ‘sociedad knowmad’, ¿qué crees que viene después? ¿Cuál es el próximo gran salto paradigmático que vislumbras en el horizonte de la humanidad y el aprendizaje?

La sociedad knowmad es una fase de transición. Si logramos sobrevivir al mundo que hemos creado, en el horizonte se vislumbra una nueva etapa: una sociedad post-algocrática, en la que convivimos con inteligencias artificiales que no solo informan nuestras decisiones, sino que comienzan a condicionarlas, automatizarlas o incluso gobernarlas.

En ese contexto, el gran desafío ya no será solo aprender cosas nuevas, sino reaprender a ser en un mundo donde lo humano deja de ser el único centro de sentido. Esto implica un giro radical hacia una educación centrada en la conciencia, la coexistencia, la interdependencia y la construcción colectiva de futuros sostenibles y habitables.

El próximo gran salto paradigmático será existencial: una redefinición de lo que entendemos por inteligencia, por aprendizaje y por lo que significa vivir juntos, entre humanos, con máquinas, y con el planeta como un todo vivo.

Frente a ese salto, la educación no puede limitarse a ser un mecanismo de adaptación pasiva. Debe convertirse en el lugar donde reescribimos nuestras narrativas, ampliamos nuestras posibilidades y ejercitamos (activamente y en comunidad) la capacidad de imaginar y construir aquello que aún no existe, pero que necesitamos con urgencia.

Si pudieras dejar un solo mensaje o un llamado a la acción para todos los directores, coordinadores y docentes que leerán esta entrevista en ‘Gestión Educativa’, ¿cuál sería?

No esperen el permiso de nadie para empezar a cambiar la educación.

El futuro no se va a escribir en un ministerio ni en un algoritmo. Se está escribiendo, ahora mismo, en cada aula, en cada encuentro, en cada decisión cotidiana que ustedes toman.

Lo que necesitamos son comunidades valientes. Gente que se atreva a cuestionar lo que siempre se ha hecho, que defienda el derecho a aprender con sentido, y que actúe (aunque sea en pequeño) para abrir posibilidades nuevas.

Educar es un acto político. No porque implique ideologías, sino porque moldea realidades. Y en tiempos de transformación profunda, lo más político que podemos hacer es enseñar con amor, con coraje y con visión.

El momento de actuar es ahora. Y empieza con ustedes.

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Alfredo da Costa

Magister en Educación (Universidad de San Andrés). Lic. en Ciencias de la Comunicación y tecnólogo educativo. Director del Instituto Cardenal Stepinac de Hurlingham, Buenos Aires. Director de la revista Gestión Educativa. Fundador de la Red de Directivos de Instituciones Educativas (REDIE). Director Ejecutivo de Design for Change Argentina. CEO en NextBrain Educación.

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